Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
La situación del pequeño Mykol, de 11 meses de edad, se tornó muy complicada pues nació en el seno de un hogar pobre (de esos que abundan en nuestro país), fue aquejado por una desnutrición severa con una infección de tracto urinario; internado en el San Juan de Dios del 23 de noviembre al 7 de diciembre teniendo que salir del nosocomio por el riesgo de infectarse con algo, habiendo sido referido por la Fundación Pediátrica de Guatemala.
Según autoridades del San Juan de Dios, estuvo en el servicio de nutrición incluyéndolo en un programa de recuperación que buscaba adecuarle la dieta de acuerdo a los nutrientes que necesitaba; al hacer la consulta de por qué había estado tan poco tiempo, se dijo que el hospital no es un centro nutricional y que ante el riesgo de contraer infecciones, era mejor monitorearlo ambulatoriamente.
Además, se dijo que el 6 de enero los familiares debieron haberlo llevado para su debido control, pero ya no lo hicieron. Ayer la madre llevó al menor a un Centro de Salud donde se le dijo que debía visitar un hospital, pero el caso era tan severo que el pequeño Mykol descansó en los brazos de su madre.
Pero, independiente de lo que muchos han dicho y dirán del papel del hospital, de los padres o del Centro de Salud, lo importante es preguntarnos ¿por qué en nuestra Guatemala existen los pequeños Mykol? ¿Por qué si somos un país cuya economía crece en promedio 4% por año, y en muchas cosas somos una ciudad de primer mundo (casas, carros, empresas, edificios, sueldos, centros comerciales, restaurantes, etc.), por qué se nos muere la gente de una forma del décimo mundo?
Así como Mykol hay miles, aunque también somos capaces de matar a nuestra gente por el libertinaje que hay en el transporte colectivo, por ejemplo, además de mencionar que la forma favorita de dirimir conflictos es por medio de las balas; todo esto y más ocurre sin que exista una respuesta social (estatal y ciudadana) que busque impedir más desnutridos y muertes.
Ni usted ni yo somos directamente responsables de la muerte de Mykol, ni de los 18 pasajeros de Nahualá, ni de los miles que han muerto por la violencia, pero indirectamente sí lo somos porque hemos dejado que este putrefacto sistema siga funcionando alentado por nuestra indiferencia social que fortalece a las mafias por medio de un camino de impunidad, corrupción y negocios.
Como periodista, pero especialmente como ciudadano y padre de familia, siento que mi labor no está completa con informar, toda vez que me sentiré útil en el momento en que nuestra incidencia se traduzca en cambios al sistema por medio de los cuales todos tengamos más y mejores oportunidades, en especial los más necesitados.
A Mykol lo mató esa forma en la que todos hemos dejado que Guatemala se desarrolle, porque en pleno siglo XXI no se nos debería de morir nadie por desnutrición, y se nos debería de caer la cara de la vergüenza, pero viviendo en Guatemala esa realidad de millones pasa a ser parte de nuestro paisaje y sirve hasta para que un puñado de diputados mafiosos se burlen y para que muchos otros hagan negocio.
Lo crea o no, en nuestras manos sí está prevenir más tragedias, pero sobre todo, en nuestras manos está que Guatemala cambie.