Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

La visita de Barack Obama a Cuba pone fin a un anacronismo impuesto por intereses muy peculiares del poderoso exilio cubano que impuso su línea durante décadas enteras sin que se pudiera actuar con razones sino que únicamente dejando espacio a las pasiones. Estados Unidos ha sostenido relaciones con los países comunistas, empezando por la Unión Soviética y China, y aunque hubiera diferencias profundas en el enfoque económico y político que ambas partes daban al mundo, el espacio diplomático permitía acercamientos y evitaba confrontaciones.

En el caso de Cuba, desde el triunfo mismo de la Revolución y el escape de los batistianos, se impuso una línea de confrontación, tanto así que hay quienes piensan que el radicalismo de Washington en tiempos de Eisenhower, cuando se planificó la invasión de Bahía de Cochinos, y la influencia que ejercía ya el exilio cubano, lanzó literalmente a Castro a los brazos de Nikita Kruschev. Cuando Castro llegó a Nueva York a las Naciones Unidas, buscó oportunidad para una entrevista con el gobernante norteamericano, pero la influencia que sobre ellos ejercían los hermanos Dulles, quienes ya habían pelado los dientes en el caso de Guatemala poco tiempo antes, torpedeó cualquier posibilidad de acercamiento, no digamos de entendimiento.
Los ajustes hechos en el sistema electoral norteamericano hicieron de Florida un Estado clave para las elecciones presidenciales y de esa cuenta el exilio cubano, que es decisivo para los resultados electorales, pudo seguir imponiendo su fuerza. Yo personalmente creo que hay dos temas en los que Estados Unidos maneja sus relaciones diplomáticas con base en las influencias internas de los poderosos grupos que cabildean en el país: uno es el caso cubano y el otro el de los judíos con Israel, puesto que en ninguna de las dos instancias hay uso de razón e inteligencia, sino simple empecinamiento y terquedad que impide atender puntos de vista lógicos.

Por ello creo que el tema de la visita de Obama es un hito histórico, pero sobre todo porque rompe con el anacronismo ilógico del aislamiento cubano que se impuso desde la década de los años sesenta con la complicidad de la siempre asqueante Organización de Estados Americanos, instrumento al fin y al cabo de quienes financian la operación costosa de ese foro regional.

Falta, desde luego, el tema del embargo, pero es ya cuestión de tiempo y se verá que hay más posibilidades de democratizar Cuba mediante efectivas acciones diplomáticas que con ese embargo que nunca produjo ningún resultado y que, al contrario, sirvió de pretexto a los hermanos Castro para justificar el fracaso económico de sus políticas, puesto que siempre hubo espacio para achacar la crisis a la actitud de Estados Unidos.

Obama en su segundo mandato ha sido un presidente más progresista en el campo de la política exterior, demostrando que el imperialismo no es la mejor carta para liderear al mundo. Falta ver si su propio «establishment» del Departamento de Estado se muestra a la altura de su avanzada postura.

Aprovecho para desear a los lectores de La Hora una tranquila y segura Semana Santa.

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