Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@gmail.com

¡Bienvenidos a la ciudad de Guatemala, la hora local: la última en su vida!

Camina por el pasillo del avión al paso que le permite ese buscar paquetes en el maletero y esperar a que avance el de adelante, por fin escucha, “gracias por viajar en vuelos del aire”, camina por los pasillos empolvados adornados con imágenes del país de la Eterna Primavera, que las lluvias han erosionado poco a poco.

La cola, como siempre, la cola. Pasaporte en mano, espera a que la empleada de Migración deletree el nombre y el apellido del tipo que le precede. Por fin avanza, entrega el documento de identificación y siente una mirada de sospecha por parte de la oficial, ¿así se le dice? “El formulario no está firmado”, dice ella, con una mirada que es más bien mezcla de sueño y de indiferencia. “Perdón”, siempre disculpándose, al menos, tantos años fuera no le hicieron perder esa humildad tan propia de los guatemaltecos. Lo firma y se dirige a la puerta que, ¡oh sorpresa!, es automática, “¡cómo hemos avanzado!”.

Un policía se le acerca con un perro atado a un lazo. Lo mira, el policía. Lo olfatea, el perro, y luego de un breve examen de apariencia e higiene asiente con un gesto que lo invita a dirigirse a la banda en la que circula el equipaje. Cajas de cartón, maletas embaladas, mochilas, una tabla de surf, un baúl, todo aparece menos su vieja maleta café, al fin viene al mismo ritmo que las procesiones de Semana Santa, la toma y pasa de nuevo por todo un proceso de inspección que le indica que su cara es de un presunto, de alguien que quizá puede ser lo que no aparenta. En realidad es una artimaña de los guardias para justificar el sueldo, revisando a medias sus calzoncillos y calcetines y esos paquetes que ni siquiera están envueltos en papel de regalo y que trajo como presentes para la familia que dejó de ver hace tantísimos años.
Por fin, es libre, y camina, pues, hacia afuera de ese edificio que dicen que remodelaron. La gente amontonada en la baranda observa. Hombres con carteles en mano, taxistas que gritan, buses de turismo que bocinan. Mira hacia todos lados, ahí está su hermano, se acercan, se abrazan, casi lloran, caminan hacia el carro. “Está bonito vos, ¿verdad que sí?”. Un golpe seco en el vidrio del carro, calla su conversación, bájense “¿qué?, ¡que nos den las llaves! NO, después de la negativa el hermano intenta prender el carro y avanzar, un sonido seco se escucha y, a lo lejos, los carros bocinan, la gente se amontona en la baranda amarilla, como si nada.

Al día siguiente en una nota breve de un periódico sensacionalista se lee, “…hombres asesinados frente al aeropuerto, se presume que querían robarles el carro. Este es el caso 57 que ocurre en las últimas semanas frente a la salida del aeropuerto La Aurora, en donde nacionales y turistas son despojados de sus pertenencias y vehículos, algunos han sido asesinados, otros”…

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