Alfonso Mata

Es evidente la magnitud de este problema en nuestros medios sociales, carente de una forma real para combatirlo. Estremece el poder maléfico del mito de una sociedad ideal patriarcal, donde el proteger del fuerte a los débiles se derrumba, ante una racionalización de desigualdades y privilegios; de una posición machista dominante, que busca satisfacer sus instintos y deseos y engendra la violencia.

Teniendo en cuenta los factores complejos y omnipresencia del problema, no es suficiente simplemente identificarlo y abordarlos con la elaboración de leyes. La prevención exige un compromiso sostenido y coherente por parte de los centros formativos, las organizaciones privadas y civiles y la familia, así como de la niñez, adolescencia y juventud. Todos estamos obligados a preguntarnos “qué tipo de comunidad queremos ser», así como a considerar «lo que significa ser un ciudadano y la naturaleza de nuestras responsabilidades del uno hacia el otro”. En una sociedad donde el que importa soy yo, donde impera y se impone la ley del más fuerte, la violencia, el asalto y el acoso sexual, producto de una sexualidad masculina equivocada y dominante, socavan los valores individuales y familiares, la calidad de vida y la salud de no solo de las víctimas, sino de toda la sociedad.

Debemos entender por todas, que las recomendaciones «no son ni pueden ser la última palabra» en los esfuerzos de esta lucha. Si las instituciones para combatir la violencia sexual, no montan la maquinaria de la prevención y la cultura de cambio «atención sostenida», como parte de un esfuerzo continuo para «regular y preguntar sistemáticamente cómo podemos y debemos hacerlo mejor » estamos perdidos.

Las instituciones y organizaciones civiles, sabemos ya que la sexualidad es considerada en nuestra sociedad una zona de anarquía, donde las mujeres, sobre todo, renuncian a sus derechos, y su integridad física y mental es violada, con el pretexto de que eso debe ser así. Esta concepción de la sexualidad y el deseo sexual, hace que el límite entre la sexualidad y la violencia sea muy vago, difícil de identificar, y se oculta en el diario vivir de la mujer y el hombre urbano y rural.

Esta confusión propicia una imagen degradada de la mujer, reducida y fragmentada como un objeto sexual (también omnipresente en los medios de comunicación, la publicidad, el cine y la mayor parte de la prensa) que lleva al individuo a algo más lejos, donde el dominante adquiere el privilegio de esclavizador, secuestrador, para ejercer el abuso, insultar, humillar y al amparo de esa tolerancia, forma un hábito de comportamiento en otras esferas de su vida. No actuar por consiguiente significa causar varios efectos permanentes en la vida psico-bio-social de la víctima y las familias. De igual forma, costos sociales y económicos a toda la sociedad.

En un sistema como el nuestro, en que se une pensamiento, consentimiento con rendimiento a las presiones del hombre, resolver ese problema es tarea de todos. Gran parte de nuestra sociedad, está colonizada por esa visión catastrófica de la depredación, la violencia y la sexualidad. Romper con eso no es solo cuestión de educación, es de abrir oportunidades a una mejor calidad de vida basada en valores y derechos. Para hacer una diferencia, la educación en ese sentido, debería ser obligatoria y partir de un proceso continuo, integrado, tanto en la vida de las instituciones, como de las propias comunidades. La participación activa de todos es esencial.

La violencia sexual no solo debe entenderse, sino concientizarse por todos como una grave violación de los derechos humanos fundamentales de las personas, así como a su integridad física y mental. Lo triste es que ocurre en mayor porcentaje, en áreas que se supone que provea mayor protección como la familia, el hogar, los entornos educativos institucionales y de atención, el lugar de trabajo, lugares ocultos y disfrazados de amor y respeto. El agresor sexual es un transgresor no solo de un derecho sino de muchos aspectos que tienen que ver con la equidad, el respeto a los demás y el cumplimiento de la ley. Creo que el hecho que la familia y las comunidades consideren la violencia sexual objeto de una negación masiva, es en buena parte, culpable de la violencia y la impunidad social en que vivimos.

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