Generalmente, en Guatemala se dice que cuando algo agarra mucho impulso y luego de pronto se termina, no es más que una «llamarada de tusa», en referencia a que no hay un impulso permanente que lleve a que se realicen los objetivos reales que llevaron a esa inicial forma de accionar con energía.

Y tal es el caso del «clamor popular» que se vivió el año pasado y con el que muchos ciudadanos consideraron que las manifestaciones en la Plaza de la Constitución hicieron que hubiera un cambio de gobierno y una transformación completa de la elección en que Jimmy Morales terminó electo junto a los mismos diputados, los mismos alcaldes y las mismas mañas de ejercer el poder.

Y decimos que la indiferencia ha vuelto porque estamos a las puertas de una integración de la Corte de Constitucionalidad y ninguno de los designados a hacer elección o nombramiento parecen haber percibido que existe una sociedad civil dispuesta a velar por la mejor designación de profesionales probos que ofrezcan su trabajo en observancia de la Carta Magna. Y no lo perciben, simplemente porque la sociedad civil ha renunciado a su derecho de ejercer esa presión.

Pero igual nos ha pasado cuando vemos que en el Congreso de la República todo ha vuelto a la normalidad, donde los legisladores se vuelven sordos a los pedidos de la población y son hábiles albañiles de las guaridas en que se esconden los negocios del Listado Geográfico de Obras o las leyes en que se blinda el financiamiento de los partidos políticos. No digamos que no muestran su interés de financiar al Ministerio Público que podría alcanzarlos el día que sin el chantaje financiero tenga más fuerza e independencia.

El poder Ejecutivo no quiso distanciarse de los políticos tradicionales, y de la manera más burda e innecesaria ha caído en la mala práctica de hacer nombramientos a medianoche y encerrarse para hacer decisiones y designaciones de alta importancia para el futuro del país. Debería recordar Morales que su elección fue un accidente coyuntural que lo pone más cerca del político tradicional de lo que cualquiera quisiera.

Pero al final de cuentas termina siendo culpa de aquella ciudadanía que siempre creyó que había logrado resultados con marchas de llamarada de tusa, en lugar de haber entendido que simplemente se abrió una puerta por la cual empezar la fiscalización ciudadana para los mandatos populares. Seguimos siendo un país de indiferentes y si no hubiera sido por la CICIG y el MP, ni Otto Pérez hubiera renunciado ni las elecciones hubieran sufrido su drástico cambio.

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