Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt

En algún momento se dijo que la clase política de nuestro país veía venir la tempestad y no se arrodillaba, pero la realidad es otra, porque somos los ciudadanos los que vemos venir la tempestad y no nos arrodillamos.

La tempestad que viene es la de una clase política que después del 6 de septiembre se empoderó porque se le legitimó con un voto que no sirvió para cambios reales, y que ahora (ya empoderados), hacen oídos sordos a toda aquella petición que implique reformar ese sistema que les ha sido tan lucrativo y rentable.

Nosotros los ciudadanos vemos cada día cómo, con cinismo y desfachatez, nuestros políticos se ríen de nosotros a la cara porque ya ni siquiera lo deben hacer a las espaldas o mediante movidas sigilosas; ya nos tienen tomada la medida, por eso es que les «vale gorro» y terminan haciendo lo que les da la gana.

Nosotros deberíamos estar arrodillados porque se viene una tempestad perversa para los ciudadanos, pero perfecta para el mundo político y particularmente para aquellos cuya especialidad es actuar al margen de la ley.

El Congreso, los secretismos del Ejecutivo, las artimañas de la mafia que puede parar una audiencia fingiendo una caída, una elección de Corte de Constitucionalidad (CC) que no ofrece muchas esperanzas, entre muchas otras cosas nos debería haber dado las mejores razones para decir «ya basta», y tomar las calles de una vez por todas para revolucionar este sistema, pero por indiferencia o complicidad, hemos agachado la cabeza y doblado las manos para que las cosas no solo sigan igual, sino peor que antes.

Antes de abril era entendible que la gente no reaccionara porque no dimensionaba el problema, pero ahora y tras tanta investigación y tanta estructura atacada, no podemos usar la ignorancia de cómo funciona nuestro sistema como una excusa, porque simplemente ya no lo es.

Cambiar nuestro sistema y nuestro país, además de una responsabilidad moral y social y de ser un compromiso con todos aquellos que han luchado y siguen luchando por un mejor amanecer, es un tema económico porque estamos jugando con un fuego terrible que puede hacer que todo explote.

Entonces si su argumento es que ahora está bien, que ¿para qué meterse a babosadas? (claro, hay quienes están bien siendo parte de este sistema, pero son una minoría aunque muy poderosa), debe entender que eso que hoy lo tiene «bien» está sobre bases muy frágiles porque la desigualdad que genera nuestro sistema es terrible.

Este sistema garantiza más oportunidades para los que ya las tienen, mientras se asegura de hacer más pobres a los pobres; le hace un camino muy tortuoso a la clase media de este país y le complica la vida a quienes no tienen oportunidades, pero que encima de todo nos mantienen con sus remesas.

Claro está que durante todo este «despertar tipo pasos y pedales» ha hecho falta un líder que tenga la capacidad de cohesionar todo el enojo social y traducirlo en hechos concretos que deriven en cambios radicales, pero ni siquiera eso es una excusa válida para seguir dejando que la tempestad avance.

Nos debemos arrodillar para pedirle a Dios fuerza, sabiduría y atributos para levantarnos y luchar por la Guatemala que soñamos.

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