Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@gmail.com

Vivo en un país, en donde a la gente no le gusta hablar de machismo, racismo, sexismo. Cada vez que estas palabras se pronuncian, responden con ataques absurdos, burdos, reflejo de una cultura ignorante, empeñada en la clasificación de los seres humanos de acuerdo a su piel, su sexo, su condición social y su lugar de procedencia.

Señalar el machismo provoca risas tontas. Así hemos crecido. Empoderando al hombre, al macho que “se respeta”, grita, engaña, miente, golpea y abusa. Si no están de acuerdo, por favor, “es porque nadie les hace caso”, por feas, por lesbianas, por amargadas y solteronas”. Y eso lo repiten, como todo el mundo acá, -así nos educaron también repeat after me, sin pensar-, hombres y mujeres por igual.

Si se critica el abuso de poder, la explotación y el ninguneo… “es que son unos resentidos”, “huevones que nunca se han esforzado y ahora quieren vivir como gente bien”. Acaso no es esta la respuesta automática de todo aquel que le cae el guante.

Lo mismo pasa con el racismo. “Disculpa pero es que no somos iguales”. “Como vas a comparar” o que tal “Pobrecitos, pues, pero ya están acostumbrados”.

Estos días convulsos, difíciles y de pronto satisfactorios, este tipo de comentarios aumentan, se multiplican como Gremlins. La razón se pierde junto a los argumentos de quienes defienden las manos manchadas de sangre durante la guerra. Sí, GUERRA, no conflicto, ni enfrentamiento.

Y a diestra y siniestra se escucha el eco de la ignorancia, de la ceguera señalando los esbozos de justicia, de venganza, de política.

Incapaces de sentir empatía, voltean su cara hacia los altos edificios, los arriates verdes y esas vallas que distraen nuestra agonía, nuestro desconsuelo y que maquillan la realidad de un país en números rojos y no sólo por el déficit, las carencias y las deudas, sino también por la sangre que se derramó esos 36 años en los que dicen defendieron nuestra soberanía. Y la sangre que sigue tiñendo esa “libertad” con muertos al por mayor, gracias a la violencia heredada por esos caudillos de pacotilla, que siguen alegando inocencia.

“Ya no me hables de esas cosas que luego me deprimo y cuando miro a la muchacha hasta pena me da”, así le decía una señora a otra en la sala de servicio al cliente de una entidad bancaria, mientras la otra corría los dedos por su móvil y le leía un titular de prensa.

Así las cosas, “los shumos, los resentidos, los comunistas, los que no estamos en nada”, según dicen, aplaudimos ahora a esas mujeres valientes que hicieron ver aun a los que se tapan los ojos y al mundo entero, que en este país hubo genocidio, que las mujeres no son objetos y que ya no nos da la gana quedarnos callados.

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