Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

La Historia de Guatemala es una de oportunidades perdidas, lo cual explica nuestra situación actual porque cada vez que se han presentado condiciones para producir el cambio profundo que permita definir un proyecto de Nación incluyente y ético, algo pasa en el camino que no sólo nos mantiene en el mismo marasmo sino que consolida a los poderes ocultos que han venido medrando en un sistema construido y cimentado para garantizar la impunidad que alienta la corrupción extendida en amplios sectores de la sociedad.

En abril del año pasado el destape de los niveles de corrupción que salpicaban a la vicepresidenta Roxana Baldetti, quien se había esmerado a punta de cinismo en ganarse la animadversión de la mayoría de guatemaltecos que entendían su voracidad sin límite, generó una reacción en capas medias de la población que se mostraron indignadas, como si se estuviera descubriendo algo verdaderamente nuevo y no fuera sino la corroboración de lo que todos sabíamos desde hace mucho tiempo, en el sentido de que el cacareado modelo democrático fue secuestrado por una turbia alianza entre políticos y sus financistas para sangrar los recursos del Estado puestos a su entero beneficio.

La protesta social que vimos en lo que algunos han llamado nuestra “primavera”, arrancó y terminó centrada en el tema de la renuncia de Baldetti y Pérez Molina, no obstante que a dos o tres semanas de la primera manifestación surgió un movimiento importante que exigía cambios profundos y la reforma del Estado a partir de modificaciones que iban desde la Ley Electoral y de Partidos Políticos hasta la Ley de Compras y Contrataciones, pasando por toda una serie de leyes como la de la Contraloría de Cuentas, que sirven para apañar a los políticos corruptos y sus socios que desde el sector privado amañan licitaciones y contrataciones. Se llegó a hablar de una reforma Constitucional y de posponer las elecciones porque en el marco legal vigente no había posibilidad de elegir más que a los representantes de los vicios que habían forzado a la gente a salir a la calle.

Cuando se entendió que había alguna posibilidad de que el anhelo popular llegara a fondo, con cambios de verdad y no cosméticos, surgió el contra movimiento que insistió en el punto medular del castigo a Baldetti y Pérez Molina, con el agregado de invitar al pueblo a participar masivamente en las urnas bajo el argumento de que el voto era el camino para expulsar a la peor calaña de la clase política. Obviamente ir a las urnas no permitiría conformar un Congreso distinto porque la forma de elección está hecha para garantizar que los partidos tengan el monopolio del control y que el pueblo nunca tenga verdadera representación en el poder legislativo. La gente, sin embargo, se tragó la patraña y las elecciones del año pasado tuvieron una elevada participación de ciudadanos convencidos de que estaban corrigiendo el rumbo de la Nación.

Hoy vemos que la tal primavera no fue sino otra más de las oportunidades desperdiciadas en este país. Hoy estamos no igual que antes sino peor que antes, porque las mafias se han ido recomponiendo y entienden que tienen que cerrar filas para sobrevivir. Basta ver cómo se mueven por el Salón de los Pasos Perdidos para darnos cuenta cuán perdidos estamos en este país.

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