Guatemala es un país que no ha logrado desarrollar un proyecto de nación coherente que nos marque algún rumbo por el cual avanzar con visión de largo plazo y nuestros sucesivos gobiernos viven atrapados en el día a día, viviendo únicamente la coyuntura y jugando el papel de bomberos para ir apagando los numerosos incendios que se presentan en las conflictivas y deficientes áreas de la administración pública, agravadas ahora por la debilidad fiscal que, por lo que estamos viendo, tiene entre sus orígenes la forma en que los funcionarios de la SAT usaban su poder discrecional para alentar la defraudación tributaria.

No es sólo que Jimmy Morales y sus colaboradores estén trabajando sin plan de gobierno, puesto que para ser honestos hemos de admitir que sus predecesores tampoco lo tuvieron y la mejor muestra ha sido el tipo de gobiernos que hemos tenido desde que se inauguró la llamada «era democrática» en el cada vez más lejano año de 1986. Puede ser que algunos de los otros presidentes tuvieran al menos idea de lo que significa el ejercicio del poder, pero plan de gobierno en el sentido del concepto, nadie lo tuvo y los guatemaltecos pagamos el precio de la improvisación impulsada aún por aquellos que teóricamente se habían preparado por años para llegar a la Presidencia.

La gran diferencia que podemos apuntar ahora es que nunca un gobernante había llegado con un mandato tan claro, tan preciso y consistente como el que se produjo en las urnas cuando la población se decantó por Jimmy Morales. Fue electo por una simple y sencilla razón: él se presentó como ajeno a los vicios de la política tradicional, inmune a la corrupción y por lo tanto idóneo para dirigir el proceso de transformación anhelado por un pueblo que despertó de golpe y porrazo a una realidad de corrupción que apenas intuía hasta que la CICIG empezó el destape que ha seguido y que se nutre con casos como el del fin de semana que, nuevamente, involucra a la Superintendencia de Administración Tributaria.

Hubo presidentes que llegaron simplemente por la lógica del «te toca», que quiso explotar burdamente Baldizón, y otros que basaron su campaña en conceptos genéricos imposibles de reclamar como mandato, como la frase de ambiguo sentido de que la violencia se combate con inteligencia.

Morales fue electo como expresión de hastío de la gente hacia la «vieja» política y con la encomienda de dirigir un proceso de «nueva política», reto suficiente como para ocuparse cuatro años y mucho más. El día a día no le deja ver su mandato y ese puede ser su más grave error.

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