La SAT volvió ayer a ocupar los espacios de la prensa por un nuevo escándalo, esta vez relacionado con la forma en que se manejan las cuentas de grandes contribuyentes que tienen, por lo visto, una especie de ventanilla especial para arreglar cualquier diferencia, al punto de que pueden eliminarse demandas millonarias si se tiene el contacto correcto para evitar los reparos que puedan haber hecho en el ente recaudador. Y no sólo consiguen que les quiten las demandas, sino que además hasta pueden obtener a cambio la millonaria devolución del crédito fiscal.

Todo esto se ha ido conociendo como resultado de las investigaciones relacionadas con el Caso “La Línea”, puesto que de las escuchas autorizadas para seguir la pista de la defraudación aduanera salieron datos suficientes para establecer la defraudación de impuestos en este caso que ahora se conoce y que, seguramente, traerá cola porque no es aislado ni algo en realidad extraordinario. De hecho, así es como se manejan muchas cosas en la administración pública de Guatemala y la Superintendencia de Administración Tributaria no es la excepción. Vivimos en un país en el que autoridades y particulares estamos acostumbrados a que todo se puede arreglar mediante la mordida que forma parte de la manera de actuar en uno y otro lado.

Lo que tiene que estar claro es que no hemos cambiado desde abril del año pasado y que aunque Pérez Molina y Baldetti estén en prisión preventiva, de todos modos el modelo permanece intacto y las prácticas continúan porque hace falta más que unos cuantos plantones para desmontar todo un esquema tan lucrativo y conveniente para poderosos intereses y que aún sirve al ciudadano común y corriente que con una pequeña mordida puede arreglar un trámite o quitarse una multa.

El esfuerzo que hacen el Ministerio Público y la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala puede ser insuficiente si no gozan del respaldo de la ciudadanía. Ya veremos cómo se van movilizando los poderoso intereses para influir en tribunales para evitar que la justicia se aplique correctamente y mientras la población no suma como propio el esfuerzo por depurar al país, pocas esperanzas tenemos.

La SAT, hay que decirlo, tiene un pecado original porque lo que ayer se supo es algo que empezó a hacerse en sus primeros días y ha sido práctica tan común como la de tolerar el contrabando. Cambiar su estructura y, sobre todo, sus procedimientos es esencial porque no podemos continuar dependiendo de una entidad que opera como mercado para vender favores.

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