Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Se ha hablado ya de nuestra primavera política como resultado de lo que se dio el año pasado tras el señalamiento concreto que la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala hiciera contra la vicepresidenta Roxana Baldetti, primero, y luego contra el presidente Pérez Molina, además de toda una serie de funcionarios importantes sindicados de graves delitos de corrupción. El momento cumbre del «cambio» fue la elección realizada ante el llamado para que, mediante el ejercicio responsable del sufragio, se produjera la ansiada transformación de nuestro sistema político.

A pesar de la evidencia incuestionable de que el modelo no permitiría que el voto fuera el instrumento para acabar con los vicios, la gente se volcó a las urnas e hizo su mejor esfuerzo, logrando eliminar de la contienda a las caras más conocidas de la política tradicional y confiando en que era mejor lo nuevo desconocido que lo malo ya probado y comprobado. En el Congreso nada se modificó porque la forma de elegir diputados no permite que el ciudadano realmente haga su propia elección, sino tiene que avalar la que hicieron los dirigentes de los partidos al momento de estructurar las planillas de candidatos y de esa cuenta tenemos un Organismo Legislativo que no se diferencia de sus precedentes y que, pese al gesto de Taracena al explicitar los salarios del personal, sigue y seguirá tan campante con las mismas prácticas.

Eso dejaba toda la responsabilidad en la figura del Presidente de la República, quien muy pronto hizo ver que aceptaba la camisa de fuerza que impone el sistema y que no iba a interferir con los asuntos de los otros organismos del Estado. En estos días estamos viendo en Estados Unidos el fenómeno de Bernie Sanders, quien llama al pueblo a conformar una gran coalición como única salida para los vicios que corrompen al sistema político de ese país. Sanders dice que está seguro de que sin esa coalición y apoyo del pueblo, no habrá cambio en Washington y eso era lo único que podía haber marcado alguna diferencia en Guatemala, pero el presidente Morales no quiso asumir el liderazgo de un movimiento de transformación nacional y decidió gobernar con las mismas reglas de juego.

Tan son las mismas reglas de juego que piensan él y su partido que para aprobar leyes tienen que comprar diputados, en vez de convocar al pueblo a que les apoye con manifestaciones masivas para obligar al Congreso a legislar correctamente. Manifestaciones que tendrían fuerza enorme y daría un respaldo moral y ético al gobernante para avanzar en la transformación del Estado y de la forma de hacer política.

No hay tiempos de cambio y, por el contrario, cada día el discurso presidencial suena más a lo tradicional, esgrimiendo argumentos como que «todo se hace en el marco de la ley», o que los medios no quieren entender y preguntan por molestar. Pero lo cierto es que la única oportunidad de cambiar al país era mediante el llamado al pueblo para forzar, desde abajo y democráticamente, un proceso firme para acabar con los viejos vicios. En cambio, decidieron seguirlos alimentando.

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