Juan José Narciso Chúa

El día caminaba normal, siempre los pendientes apresuraban, presionaban, había necesidad de concluir varias cosas para los próximos días. El teléfono, ahora convertido en un dispositivo que recibe y envía mensajes de texto e incluye fotos, me llamó la atención. Era mi hermano Luis, me incluía una foto de Prensa Libre, lo vi de reojo, pues me encontraba en una reunión del grupo DESC y el análisis resultaba interesante. La reunión terminó y salí de ahí, alcancé el celular de nuevo y mi hija Lucía Gabriela, me llamaba la atención con un mensaje que por los signos de admiración me concitaba a verlo rápidamente, detuve el carro y observé el mensaje, me decía “mirá Prensa Libre”, unos segundos después nuevamente la Lucha me llamaba y ya me llenó de detalles, me dijo: “tenés que ver la sección cultural de Prensa Libre, salió un artículo sobre río Polochic, lo pasaron a jazz”, buenísimo contesté.

Ya pude ver el artículo en la foto que mi hermano me había enviado, mientras lo leía, me llamaba más la atención, pero en mi mente discurría la figura del abuelo, espigado, de barba cana, de hablar pausado, allá en su casa en la zona 1, cerca de la línea del tren, me recuerdo sentados todos en su pequeño comedor, en una mesa forrada de verde claro y en el fondo no olvido un violinista que funcionaba con batería, mis papás, mis hermanos y yo, junto al Muñeco –un perro pequeño, blanco y peludo–, el abuelo –Rodolfo Narciso Chavarría– y doña Elvira. Eran las visitas obligadas al abuelo, cuando aún éramos muy pequeños, nosotros no comprendíamos del todo el sentido de las pláticas, pero sí observábamos como el abuelo se prodigaba con nosotros sus nietos.

También se vinieron a mi memoria, recuerdos inmediatos de nuestro primer viaje a San Cristóbal Verapaz, ahí estaba el abuelo, ahí pude conocer a las tías y aquella memorable casona, con el tropel de primos Cabrera, Cruz, Gálvez, Soria, Gómez, Lima, quienes emergían a nuestras vidas como nuevos familiares y con quienes hemos mantenido ese trato tan cercano por toda la vida. Recuerdo que el viaje a San Cristóbal tomaba una eternidad, pero estando en el pueblo la vida nuestra cambiaba dramáticamente, pues no permanecíamos en la casa, sino en las calles de aquél acogedor pueblecito, caminando en el parque, viendo y cargando en la procesión infantil, subiendo al Calvario, visitando la Laguna de Chichoj. Reconociendo a tíos y tías –Amalia, Lía, Lolita, Fía, Poncho, Abi–.

San Cristóbal se volvió mi pueblo del corazón, su encanto me prendió por siempre, reconociendo en él las raíces de mi familia en ese espacio verde de las Verapaces. La feria del pueblo es el 23 de julio, justo el cumpleaños de mi padre, unos días agradables que no tenían tiempo, la misma concluía con la fiesta del sábado, que eran parrandas alegrísimas y mi papá se las disfrutaba de principio a fin, pues era el reencuentro con todos sus familiares y amigos de infancia.

En este espacio aprendí más del abuelo y su legado musical. río Polochic es, sin duda, la pieza más emblemática de su repertorio y hoy en el marco de estos apretados recuerdos que esbozo en desorden, reaparece río Polochic, sólo que en otra perspectiva. Nico Farías, un guatemalteco, estudiante de Berklee College of Music en Boston, desarrolló una propuesta novedosa de la pieza del abuelo a ritmo de jazz, que me dejó con un nudo en la garganta cuando la escuché y me llevó a un torrente de recuerdos agradables de infancia y adolescencia en San Cristóbal, me trajo la memoria del abuelo y también me condujo hacia la figura de mi papá, quien seguramente estaría orgulloso –como hoy estamos todos sus nietos y bisnietos–, de degustar su legado marimbístico ahora en un género como el jazz.

Cuando volví de estos pensamientos, ya Sofía Alejandra, mi hija mayor, Juan José, mi hijo menor ya me habían enviado los mensajes con el mismo contenido, se concitó un sentimiento de satisfacción y orgullo y yo me sentí feliz de saber que el abuelo dejó tanto, que mis hijos también se encuentran en esa vena de reconocer su pasado, a través de Río Polochic, una pieza que el abuelo desarrolló sentado a la orilla de este hermoso río y si usted lector le pone atención, la pieza recoge el ritmo del caudal de ese río con sus pequeñas olas y corrientes, una inspiración que produjo su pieza más emblemática, aunque yo prefiera Clavel Tinto.

Gracias abuelo, gracias papá, gracias hijos, gracias hermanos y toda la enorme cantidad de primos de ese precioso pueblo de San Cristóbal, pero hoy seguramente estoy más agradecido con Nico Farías y sus amigos por ese impecable arreglo, que provoca que el río Polochic del abuelo se extienda en su longitud y latitud, dejando a su paso los arpegios de notas que invitan a bailar y se han vuelto inolvidables y entrañables para nosotros.

*Con mucho dolor me enteré del fallecimiento del inolvidable Paco Pinto, con quien compartimos espacios laborales y pude reconocer su enorme valía. Justo unos días antes falleció también Lionel Figueredo, con ambos compartí agradables momentos durante la gestión de Fito Paiz. Igual también unos meses antes murió Angel Rodríguez Tello. Grandes personas con quienes compartí trabajo, esfuerzos e ideas. Descansen los tres en paz. Hasta siempre Paco, Leo y Angelito.

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