Francisco Cáceres Barrios
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Bien dijo en una oportunidad Albert Einstein: “El bienestar y la felicidad nunca me parecieron fines en sí mismos. Estoy más inclinado a comparar tales fines con las ambiciones de un cerdo”. Es que los valores son las cualidades esenciales que hacen que las cosas sean buenas. Una ley, por ejemplo, de nada sirve si no conserva el valor de la justicia. ¿De qué sirve un padre que toma a sus hijos entre sus brazos para colmarlos de besos si no vela a diario por su buena salud, alimentación y educación? Muy felices podemos estar en una reunión social, pero si para ello el invitante tomó dinero ajeno para sufragarlo ¿podrá disfrutarla a plena satisfacción?

Algo así ocurre cuando un político pronuncia un fogoso discurso en defensa de la libertad de expresión, pero si a la hora de discutir en el parlamento la ley que la garantiza vota en contra, ¿tendrá el mismo valor su postura y su prestigio? Lo mismo está ocurriendo ahora en nuestra folclórica política en donde a cada rato vemos surgir a paladines del uso racional de los recursos públicos pero, a la primera de cambios, son los primeros en derrocharlos viajando en primera clase, hospedándose en hoteles de cinco estrellas y con muchos cientos de dólares de viáticos diarios, mientras en nuestros hospitales la gente se sigue muriendo porque no existen los antibióticos que puedan evitar las infecciones que pululan en nuestros antihigiénicos medios.

Podrán haber parecido muy bonitas las frases utilizadas, como causar gran expectación quien anunció el mal uso de las partidas salariales en el Congreso que han proliferado, por lo que tendría que tomar las medidas necesarias para contrarrestarlo pero, si acto seguido el mismo fogoso personaje autoriza la costosa contratación de dos elementos poco idóneos, cuyas funciones son totalmente ineficaces para lograr los objetivos que persigue el Organismo Legislativo ¿no resultan totalmente inútiles sus expresiones, como se transforman en balandronadas sus buenas intenciones?

La paz y el bienestar nacional van a ser cosas imposibles de lograr mientras sigamos permitiendo que nuestros políticos o mejor dicho “politiqueros” dejen ir por los desagües los fundamentos morales y éticos que requieren sus acciones. De nada sirve haber dicho que preocupa mucho la precariedad en que se desenvuelve la educación de nuestra niñez y juventud si seguimos dándole prioridad a pactos colectivos que únicamente resultaron útiles para quienes los suscribieron con fines personales y no el resto de la sociedad en que vivimos. Alguien dijo una expresión que podrá parecer muy fuerte pero que es muy cierta: “No se puede castrar y a la vez exigir que los castrados sean fecundos”.

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