Arturo Martínez Gálvez

Pudo haber dicho mucho porque las carencias son abundantes, pero no lo hizo, quizá porque no contó con la asesoría adecuada y porque no hubo presencia en la etapa de transición. Fue un discurso vacuo; emotivo, motivacional, con matices religiosos, pero no racional.

Es posible que ello se debió porque nunca tuvo un programa de gobierno y por consiguiente no encontró ideas para un discurso que todos esperábamos, realista y objetivo, no promesas de campaña electoral.

Como tal, careció de sentido político, sin fondo, ni sustancia, más pareció un discurso de pastor de iglesia o alguien que levantaba el ánimo de la muchedumbre entonando el Himno Nacional. Hubo momentos en que cayó en lo penoso, por decirlo de alguna manera, juramentando y responsabilizando a todos.

Había tantas cosas de fondo que decir, todas cuales más importantes y que todo el mundo esperaba, pero no las dijo, se quedó en la epidermis, además porque hubiera sido bueno aprovechar la presencia de la comunidad internacional. No habló de democracia aunque fuera una pincelada; qué significado tiene esta palabra después de tantos y tantos gobiernos corruptos y demagogos, que tienen postrado de hinojos al pueblo.

El no haber asistido a las reuniones de transición no le permitió tener una clara visión del país que recibía. No se puede decir qué tan malo o qué tan bueno lo recibía, porque simplemente está muy malo, pero él debió haber hecho énfasis en esto, para luego determinar las políticas públicas que adoptará, no como el candidato sino como el Presidente que ya es. Se quedó en volandas, buscando el norte como el marinero que zarpa en medio de una espesa niebla con una tripulación políticamente mediocre.

Era la oportunidad para demostrar su conocimiento sobre las finanzas del país que están por los suelos y decir qué decisiones de urgencia tomaría. En materia de educación pública, que es fundamentalísima para el país, debió haber marcado pautas seguras y firmes ante todo porque la dirigencia magisterial está en manos de un incapaz, corrupto e ignorante.

En materia de salud debió haberse pronunciado de igual manera para que fuera, por lo menos, un lenitivo para los pacientes que dejan su vida en los corredores de los hospitales. Y no digamos con relación a la seguridad donde la muerte en los buses camina muy oronda, como en cualquier lugar del país, engordando cuentas bancarias.

Es cierto, hizo énfasis sobre la corrupción que todo el mundo sabe, y que la castigará inmisericordemente, pero eso en la práctica no sirve de nada, si no va acompañada de otros signos: eliminar los carros coleros de la misma Presidencia, del Vicepresidente, de los ministros y altos funcionarios, choferes, guardaespaldas, armas, etc., porque ya no estamos en tiempo de la guerrilla en el que quizá se justificaba. Eliminar los viajes de los funcionarios que solo sirven para la recreación y en vez de ello poner a trabajar a los embajadores, a través de un ministro de relaciones exteriores capaz y competente, en una palabra racionalizar el gasto público.

En el plano de la economía, que en todo gobierno es la columna vertebral, debió haber fijado claramente su política, sin ambages, ni titubeos, ni rodeos, ni temor, ni soslayos, a fin de que se sepa de antemano cuál será su política ideológica que conducirá al país hacia una verdadera democracia, por supuesto llevado de la mano de la Constitución Política, para dejar claramente sentadas las bases de un Estado de Derecho.

Enviar un mensaje claro y contundente a los diputados en cuanto que su gobierno no se prestará al chantaje ni a negocios turbios. Y si así fuera, hacerlo público de inmediato, para que la ciudadanía haga uso de su derecho fundamental de expresión.

Sin embargo, gran parte de su discurso, por no decir todo, se le fue en entretener a la audiencia en una retórica emotiva que a pocos les pudo haber interesado, particularmente porque el país atraviesa una de sus mayores crisis de la historia.

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