Eduardo Blandón

Lo que ahora empezamos, eso que llamamos “inicio de año”, es solo una ficción. Lo es en la medida en que la vida es un transcurrir que no admite lapsos. No hay inflexiones. Pero eso no significa que no podamos inventar plazos, períodos en los que construimos silencios (como si se tratara de un signo musical) para tomar impulsos y renovar la piel.

Por ello, iniciar el año aunque no sea literalmente “comenzar de cero” (en realidad lastramos las consecuencias de nuestros actos), es el período ficcional que nos permite retomar nuestras vidas.  Es una bocanada de aire para llenar los pulmones y re direccionar el camino.  Es un tiempo para la redención.  Período de salvación, lo llaman algunos.

Pero no en el sentido cristiano (aunque ese sea su origen y no lo excluya), sino profano. Esto es, salvarnos de nosotros mismos. Rescatarnos del extravío en el que hemos caído (se puede hablar de “caída” desde la filosofía también). Resignificar nuestra existencia para optar por nuevos horizontes, ese que nos ayuda a ser mejores y sentirnos satisfechos con lo que hacemos.

Inventar el inicio de algo, en este caso el período que inaugura un nuevo año, es conveniente como forma de cambio de piel. Como migración. Es una nueva partida para sacudir el polvo recogido en caminos de extravío. Es la sabiduría del caminante que se sabe vulnerable por la oscuridad de la senda. Recomenzar puede indicar sabiduría.

Los desafíos se avecinan y las adversidades acechan. Nosotros mismos somos la principal amenaza. Pronto vendrán la fatiga y la insolación, la bruma y el miedo.  Nos sentiremos arrastrados por los instintos, las pasiones y el aburrimiento. Nadie más que nosotros podrá rescatarnos y aprender a flotar. Navegar sin ahogarse, siempre buscando mejores puertos.

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