Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Es muy común que cuando empieza un nuevo año se hagan propósitos para mejorar en diferentes aspectos de la vida, que pueden ir desde los hábitos y costumbres hasta compromisos más profundos que nos permitan aspirar a grandes éxitos. Igualmente común es que esos buenos propósitos y anhelos se quedan como tales, sin que lleguen a materializarse porque pasada la euforia inicial, todos nos damos cuenta que cambió el año, pero no la vida y hasta nos cuesta, al llenar un cheque o escribir un documento, acostumbrarnos a colocar el 2016 en vez del 2015, lo que nos devuelve a la realidad.
Sin embargo, estamos ahora en una situación muy diferente y especial, puesto que no se trata de simples sueños, anhelos o aspiraciones fatuas, sino que estamos frente a un deber ciudadano ineludible luego de que se nos cayó la venda de los ojos y vimos la muestra de cómo se saquea al Estado y de la forma en que se dilapidan recursos que debieron ir a parar a proyectos e inversiones capaces de generar desarrollo que asegure mejores oportunidades para todos los guatemaltecos.
El futuro del país no está en manos de las autoridades ni está simplemente en la forma en que marquemos una papeleta. El futuro del país está ahora, literalmente, en manos de la ciudadanía que cobró vida hace ocho meses al recibir el primer informe, lapidario por cierto, de la CICIG respecto a los niveles de corrupción que corroen la vida de los guatemaltecos. Y vista la punta del iceberg, entendimos que la raíz es profundísima y que hace falta mojarse los calzoncillos para destapar la cloaca en que han convertido el ejercicio de la política mediante ese sucio contubernio entre los que ocupan un puesto público y grupos particulares que aprendieron cómo sacarle provecho a la podredumbre para incrementar exponencialmente sus capitales.
Si el viejo propósito de hacer dieta fracasa, como ocurre tantas veces cada año nuevo, las consecuencias son personales, pero si fracasamos en el propósito de enderezar el rumbo de Guatemala, nos hundimos todos porque, como bien dice hoy Pedro Pablo Marroquín en su columna, los pícaros están viendo como recomponen sus estructuras para hacerlas más fuertes y menos vulnerables al trabajo de los entes investigadores como la CICIG y el Ministerio Público, además de defenderse de las andanadas de una opinión pública que se ha vuelto más vigilante y más seria porque no se basa en chismes sino en pruebas que se evidencian como irrefutables.
Si no derrotamos ahora las estructuras de la corrupción y de la impunidad, no lo podremos ya hacer nunca porque es ahora cuando están como el boxeador que se tambalea después de un soberano sopapo, pero que se recompone y puede reaccionar peligrosamente si el adversario no atina a liquidarlo en el momento oportuno.
Por ello pienso que este Año Nuevo no puede ser de propósitos fallidos e incumplidos sino que tiene que ser el del compromiso absoluto y categórico para demoler un formidable aparato de podredumbre, y para lograrlo no tenemos que pedir permiso ni a nuestras autoridades y mucho menos a otros países que, en nombre de la institucionalidad, apañan a los pícaros.