Jorge Mario Andrino Grotewold.
@jmag2010

El 2016 traerá, con seguridad, cambios importantes para Guatemala, desde el ámbito político hasta el económico social, especialmente porque buena parte de la población alcanzó durante los últimos meses, un proceso positivo de participación activa y también de masiva organización, lo que equivale a un cambio necesario que se requería para el país.

En el siguiente año, nuevas autoridades toman control del país, las que han sido empoderadas con no sólo un mandato electoral, sino con la confianza de hacer cambios de cierta forma profundos en los distintos sistemas nacionales, como el político, el administrativo y el económico. Sin reformas a la ley electoral, la ley de servicio civil, y una reforma tributaria audaz e inteligente, las promesas y esperanzas de la población serán disminuidas. Por ello, el cambio político electoral ya dio paso de cierta forma, escogiendo a un supuesto «externo» de la política tradicional, lo que permitirá evitar errores del pasado y que vinculen a corrupción y a una mala gestión de política pública para el país.

Pero la perspectiva económica social también es buena, porque los cambios motivan e incentivan positivismo y dinamismo económico, lo que sumado a una posibilidad de cambio, permite un aura siempre adecuada para inversión y medidas económicas sanas, que determinen cambios cíclicos favorables, aun cuando la realidad sea tan complicada como los recursos que se presentan de forma inmediata para atenderla.

La perspectiva es positiva sin lugar a dudas, pero los obstáculos son grandes, aunque superables. El sistema de salud está colapsado y un sistema penitenciario es un detonante que hay que controlar y mejorar; la pobreza crece según la Encovi y ese alertivo es sinónimo de abandono de un grupo social extenso que reclama cambios a un sistema económico que históricamente ha sido excluido por razones geográficas, de género, de raza y etnia. El grave problema ahora es que los parámetros e indicadores económicos señalan que ya no sólo la población rural e indígena sufre de esa pobreza, sino que esta está alcanzando a otros grupos sociales, derivado de la calamidad de un Estado que no responde a todos(as).

La población jugará un rol importante para el proceso de continuidad de esta situación. Si el nuevo gobierno no da visualizaciones de cambio de forma pronta -empezando con un gabinete escogido inteligentemente- tocará a una masiva influencia de la población y sus distintos sectores representativos, la iglesia, las organizaciones campesinas, el sector económico, los sindicatos, y el más importante actor, el guatemalteco(a) común que lucha y trabaja cada día para alcanzar para sí y su familia, mejores condiciones de vida.

Guatemala está ante uno de sus retos más importantes de su historia. Con la pobreza y el subdesarrollo encima, pero también con el índice de productividad per cápita más grande de centro américa -salvo Panamá-, sus posibilidades de iniciar una nueva ruta hacia el progreso es no sólo es urgente sino indispensable para trazar estratégica e integralmente un nuevo futuro, no el de unos cuantos, sino el de todos y todas, pero para ello requerirá de un esfuerzo de veeduría y participación social inmediata, así como de nuevos funcionarios valientes y dispuestos a dar todo por Guatemala.

Artículo anteriorCorrupción y terror
Artículo siguienteEn la elección más importante Ud. no vota