Juan José Narciso Chúa

La Navidad es un espacio de tiempo invaluable, su presencia convierte el correr del año en un paréntesis para la celebración, la reunión familiar, la visita de amigos, la convergencia de compañeros, así como la retrospección nostálgica de aquellos seres queridos que nos abandonaron en el presente año. La Navidad es un momento mágico que con su música, sus adornos, sus luces y sus expectativas produce un sentimiento permeable al amor, a la compañía, a la pareja, a los hijos, a la familia, a los amigos. Esta época produce un sentimiento para el reencuentro, para el perdón, para el acercamiento de aquellas personas de quienes nos hemos alejado por diferentes circunstancias.

La magia de la Navidad se encuentra sustentada en olores, colores, sabores y símbolos que la caracterizan. Dentro de los aromas, es imprescindible el olor a la manzanilla, aquel olor dulzón que aromatiza las casas y que a mí me lleva a mis primeras navidades con mis padres, allá en Ciudad Nueva, en la zona 2. El pino constituye otro aroma que remonta, que conduce, que llena de profundidad la Navidad, principalmente cuando el mismo se riega en el piso de las casas y su aroma suelta ese sabroso olor propicio para la fiesta, para la posada, para la Navidad, que envuelve a la familia. El musgo es otro olor agradable para recrear el nacimiento, que cuando uno abre las puertas de la casa, lo pesca a uno inmediatamente, con su aroma de humedad característica. El aserrín para los nacimientos representa un aporte esencial dentro de los olores de la época navideña, su característico aroma no sólo es propio para los nacimientos, sino además produce una sensación agradable en el ámbito de la casa.

En cuanto a los colores, la Navidad ha sido sujeta también de cambios en el cromatismo. De los tradicionales rojo, verde y blanco, pasaron incorporar otros colores que, no se puede negar, también son agradables a la vista, como el dorado, tanto en la figura de Santa Claus, como también en las botas navideñas. Igualmente, la incorporación de los foquitos blancos, ha sido una constante los últimos años, que sin duda también se ven muy bien, principalmente cuando se colocan en los árboles o las cornisas de las casas, son cambios agradables a la vista. Los árboles blancos son otra expresión de color en los árboles navideños, que matizado con azul produce una combinación muy bonita, aunque en lo personal me quedo con el árbol verde.

En términos de sabores, todo es bienvenido. El sabor del ponche se ha cambiado un poco con adiciones como el coco o el plátano, pero que resultan sabrosas combinaciones, esta bebida es imprescindible en estas fiestas. A mí en lo particular me encanta el chocolate con angelitos en la mañana del 25, acompañado sin falta, del delicioso tamal, pero por ello, no dejo de resentir el ponche como bebida “oficial” de la Navidad. Las frutas secas como nueces, almendras y otros también se antojan todo el tiempo. Las manzanas tanto rojas como verdes son también frutas necesarias y sabrosas en la época, al igual que las peras, y ni hablar de las uvas rojas o verdes, con semilla o sin semilla, siempre, pero siempre son bienvenidas, así como la fruición que produce comerse uno a uno los famosos angelitos en la mesa. El pavo o la pierna, combinado con los tamales representan el platillo fuerte y principal en esta época, en lo particular me quedo con el tamal, en primer lugar, luego la pierna y finalmente el pavo.

En todo caso, los gustos son variados y agradables, todos los olores, sabores y colores, son piezas claves en el disfrute de la convivencia familiar, en cuanto uno pueda antes o después de esta fiesta de la Navidad, deben ser compañeros imperdibles para proveer el contexto más agradable para estos momentos de reflexión. El nacimiento o la Natividad de Jesucristo es un parteaguas en la rutina laboral, para provocarnos a la reunión, la reflexión, la espiritualidad, que en el marco de este agradable tiempo frío, nos permite disfrutar esos momentos inolvidables.

Una feliz y tranquila Navidad para todas y todos.

Artículo anteriorAsí no podemos seguir
Artículo siguienteQuemar cohetes, un retrato de nuestro atraso