Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Hace algunos meses una columna de Martín Banús en La Hora se convirtió en objeto de repudio a través de las redes sociales porque mucha gente, sin leer inclusive el texto completo, se indignó por el título del artículo y clamaron por la cabeza del autor y, desde luego, contra La Hora por publicar “ese tipo de artículos”. Hoy las redes sociales vuelven a llenarse de indignación por un artículo que gira alrededor del mismo tema, publicado el pasado viernes en el Suplemento Cultural de La Hora, escrito por Sandra Xinico Batz, y de nuevo surgen voces que se preguntan cómo es posible publicar ese tipo de comentarios en un medio de comunicación.
El problema de fondo es que somos una sociedad que quiere ocultar a puro tubo el enorme racismo subyacente y nos ofende cuando algo nos obliga a pensar en ese tema. Es mucho más fácil vivir la ficción tipo “Guateámala” con su visión idílica de un país sin problemas de fondo donde lo que hace falta es más sonrisas que acciones. A Banus, descendiente de españoles se le despedazó por su visión ladina y a Xinico Batz por su visión indígena y surgen voces nada comedidas clamando contra la libertad de expresión porque les ofende que se pueda hablar de los temas que implican la visión racista que hay en nuestra sociedad.
El racismo existe no sólo en Guatemala sino en cualquier lugar del mundo y es un tema de debate. Pero más cuando vivimos en un país donde la población originaria sigue siendo mayoría, aunque algunos de los indígenas hayan abandonado sus costumbres y renieguen de su origen, constituyendo, “casualmente”, la mayoría de ese contingente de pobres crece cada día y que tiene que emigrar en busca de las oportunidades que les niega su patria. En Estados Unidos los indígenas guatemaltecos son apreciados por su responsabilidad, capacidad de trabajo y facilidad para aprender, pero en Guatemala siguen siendo menospreciados.
No es primera vez que alguien cuestiona la costumbre de vestir con trajes indígenas a los niños en el Día de la Virgen de Guadalupe, tradición que es de las pocas que se han mantenido en este mundo cambiante. Y cualquier persona tiene derecho a tener su propio punto de vista sobre el particular y expresarlo en cualquier medio sin previa censura, como reza nuestra Constitución Política. A partir de ahí puede haber un intenso debate al respecto que pueda enriquecer a nuestra sociedad en el entendimiento de lo que es el racismo y lo que significa para unos y para otros esos comportamientos que terminan en formas de discriminación.
Hubiera sido interesante que las mismas reacciones que ahora vemos sobre el tema del uso de trajes indígenas en el Día de Guadalupe se hubieran dado cuando salió el informe sobre el crecimiento de la pobreza en Guatemala, tema que no llegó a despertar las mismas virulentas expresiones.
No nos gusta que se hable de racismo, es evidente, y debemos preguntarnos el porqué de esa resistencia. ¿Será porque creemos que no existe o porque nos ofende que su brutal existencia salga a luz?