Eduardo Blandón
El acuerdo alcanzado en Francia que pacta la protección del medio ambiente es histórico no solo por la seriedad con que los países se tomaron el tema, la habilidad de los negociadores o la iniciativa de grandes capitales para invertir a largo plazo en un sistema de cambio estructural, sino también porque constituye una derrota para la gran industria que buscaba ocultar la realidad apocalíptica que era a toda luz evidente.
Un artículo publicado por Le Monde puso en vergüenza la semana pasada la estrategia de las empresas contaminadoras al pagar a científicos venales enormes cantidades de dinero para que publicaran artículos que pusieran en duda o contradijeran el perjuicio de la industria que corrompe la naturaleza y destruye la Tierra.
La misma estrategia seguida por la industria minera que al mejor estilo de empresas como Coca Cola o McDonald’s, visitan universidades prestigiosas (Yale o Princeton) para que «los sabios» contra argumenten o inventen virtudes que no existen. Con ello garantizan que los ecologistas sean vistos como fanáticos y que el tal problema verde sea un invento de la prensa y quizá de comunistas que odian la iniciativa privada y la creación de riqueza.
Con lo acontecido en París será difícil que los depredadores del planeta, el gran capital perverso con su lógica de lucro egoísta, vuelva a sus mismas andanzas. Tendrá que recurrir a nuevas estratagemas para desdibujar la realidad y continuar extrayendo los recursos de la Tierra a cualquier precio.
El pacto de París pone el problema de la contaminación global como consideración prioritaria universal. De urgencia insoslayable para no acabar el planeta. Queda evidenciado que el apocalipsis venidero no es ficción y que los «ecolocos», los dementes de Greenpeace, no andaban tan perdidos cuando nos ponían en guardia y luchaban contra los zorros globales que siguen siendo, hay que decirlo, la polilla de lo que queda de nuestro mundo.