Jorge Mario Andrino Grotewold.
@jmag2010

El 10 de diciembre se celebra un año más de la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, por la Organización de Naciones Unidas. Este documento marcó el inicio del desarrollo normativo y de reconocimiento de los derechos fundamentales a nivel global, al establecer conjuntamente valiosos instrumentos de cumplimiento obligatorio, así como permitir el reconocimiento, impulso y desarrollo de otros derechos como los de tercera generación o de especialidad.

Pero los acontecimientos que dieron pie a la finalización de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y luego a la formación de la ONU ese mismo año, y a la suscripción de la Declaración en 1948, tenían una connotación muy diferente a las graves circunstancias actuales. Alcanzar el reconocimiento como derechos inherentes al ser humano fue solo un primer paso, pues lograr que estos derechos se cumplieran ha sido un verdadero martirio, a pesar de la creación de la llamada burocracia internacional de los derechos humanos, que agrupa múltiples agencias y oficinas especializadas en mujer, niñez, población migrante y algunas inclusive con historia más antigua a la misma ONU, como lo son la OIT en materia de derechos laborales y la UNESCO como agencia de educación, ciencia y cultura.

Pero los conflictos internacionales de ciertos Estados, que gozan ya de un nivel de desarrollo humano aceptable, no han sido superados y con ello incumple la ONU con su principio principal, que es el mantenimiento de la paz. Derechos individuales y colectivos se violentan constantemente por ataques terroristas o ciudades con altos niveles de inseguridad material, lo que provoca también otras inseguridades psicológicas, mentales, jurídicas y tantas otras más. Y en el otro extremo, quienes aun no cuentan con el estado de bienestar, y que la pobreza ha encontrado un camino para penetrar sus sociedades, sus comunidades y sus culturas, que sufren de exclusión, desigualdad e inclusive abandono de sus propias sociedades.

¿Para qué entonces se necesitan los derechos humanos? La pregunta se lanza en redes sociales y con anterioridad, en foros académicos locales e internacionales, siendo blanco de ataques injustificados por quienes rechazan estos derechos, ejerciéndolos de forma directa al permitir su expresión en todo momento. ¿Qué hace el campesino que sufre en el corredor seco, o bien el obrero que es asaltado en el camino de regreso a su casa; el enfermo que espera días para ser atendido, en el suelo de un hospital; o el anciano(a) o niña(o) que pide dinero a los vehículos en las calles? ¿Qué hacen estos grupos vulnerables con un libro que detalla sus derechos? Sin poder leer o comprender su contenido. Cuando lo que precisan es la administración eficiente de un Estado, por funcionarios conscientes y honestos; cuando lo que esperan es un poder público que entienda sus necesidades y legisle con base en ellas atendiendo a la compleja situación nacional, desde su organización territorial, su multiculturalidad y su herencia de historia política que ha evitado que el desarrollo alcance a todos(as) por igual.

Y sin alcanzar políticas públicas en materia de derechos humanos, la situación se agrava con una administración de justicia lenta y acusada de tener indicios de corrupción.

¿Qué puede hacer cualquier persona para ejercer estos derechos que se le han reconocido internacionalmente? Y la respuesta se vincula en ejercer una democracia plena. En elegir representantes con el suficiente liderazgo que logre implementar cambios sociales. En participar activamente, ya sea como aspirantes a puestos de elección o a fiscalizar su accionar mediante veeduría social. Para eso son los Derechos Humanos, para eso sirven y para eso se han reconocido durante siglos.

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