Eduardo Blandón

Se preguntan algunos analistas internacionales qué sucede con la política guatemalteca y el nuevo gobierno por asumir. Al parecer tienen claridad con lo que sucede en Argentina y Venezuela, un giro presunto hacia la derecha. Ven con asombro la crisis brasileña, la destitución probable de Dilma Rousseff. ¿Pero, Guatemala? Están intrigados por el efecto Jimmy.

Creo que tienen la percepción de que somos un país bondadosamente interesante. Una nación que en medio de la corrupción y la violencia, tiene ánimos de cambio. Una sociedad civil que se mostró activa, salió a las calles y se convirtió en un factor importante para la salida del gobierno de Pérez Molina y la llegada milagrosa del teólogo Morales. Por eso, no dejamos de ser curiosos para quienes nos observan desde fuera.

Pero no somos un enigma indescrifrable. Reconocen que el humorista llega rodeado por una clase política conocida y peligrosa. Históricamente expoliadora de los bienes del país. Conservadores. Un grupo que no cuida las formas ni le preocupa mucho esconder su identidad. Sin mayores créditos que no sea lo burdo y lo vulgar. En ese grupo se sitúa el novicio inocente de la política reciente.

¿Quo vadis, Guatemala? Esa es la pregunta que muchos se hacen desde el extranjero. Pregunta disimulada porque saben que lo que viene es un déjà vu. No somos un misterio, transitamos el camino de siempre. Somos Sísifo recorriendo la vía maldita del destino marcado sin saber el pecado original cometido para pagar eternamente una pena inexplicable.

¿Hacia dónde vamos? Al matadero. Guiados por un pastor ingenuo y ciego conducido por almas perversas. Lo saben los analistas, es pan comido, lo que se preguntan es la causa de nuestra postración y la razón de nuestro ánimo decaído. Veremos si ocurre un milagro y si somos capaces de cambiar nuestro, hasta ahora, malhadado destino.

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