María José Cabrera Cifuentes
mjcabreracifuentes@gmail.com

La última vez, antes del pasado miércoles, que tuve el disgusto de ir a la SAT, no pude más que dedicar este mismo espacio para narrar mi experiencia. Al artículo lo titulé “Odisea en la SAT” pidiéndole perdón a Homero quien seguramente se retorció en su tumba al distar tanto mi narración de las aventuras del heroico Ulises en su egregio poema épico. No obstante, las dificultades que los ciudadanos enfrentamos al querer hacer algún trámite en dicha institución, nos convierte en verdaderos héroes, si es que logramos salir habiendo cumplido con nuestro objetivo.

Arribé a la sucursal de zona 9 alrededor de las 10 de la mañana. No fue sorpresa encontrar que la cola para ingresar a la SAT llegaba hasta la calle en dónde tuve que esperar por largo tiempo para poder ingresar.

Al aproximarme a la puerta, fui recibida por dos guardias de seguridad con cara de pocos amigos a quienes desde metros atrás había visto tratando mal a los ciudadanos que, cumpliendo con sus obligaciones, acudían a realizar sus trámites. Tras lo que pudo ser un pequeño altercado con los mencionados personajes, pude pasar al siguiente filtro: las señoritas encargadas de recibir y orientar a las personas. Con una actitud bastante neutral que no denotaba antipatía pero tampoco mucha amabilidad me indicaron que para realizar la gestión que debía hacer, era preciso regresar a mi casa e imprimir una boleta, de lo contrario tendría que ir a un café internet pues ellos no podían facilitarme lo que necesitaba.

Un poco molesta, les mostré la información que se detalla en su portal, en el que se indica que el procedimiento era distinto a lo que en ese momento me estaban requiriendo, sin embargo, me dejaron saber que el mismo estaba desactualizado. Un poco más molesta pedí hablar con el encargado de la agencia, a quién encontré en la ventanilla 24 y con quien tuve la oportunidad de intercambiar algunas palabras.

El encargado, cuyo nombre desconozco, me repitió lo que ya habían dicho las recepcionistas acerca de la desactualización del portal, indicándome que tendría que regresar en otro momento con la boleta que se me solicitaba.

Indignada, insistí en que los ciudadanos nos guiamos por la información oficial que ellos colocan en su página web y quizá con demasiada energía le pedí que me ofreciera una solución inmediata.
Es tan corto este relato que usted podría estar pensando que todo esto transcurrió en un espacio breve de tiempo pero se equivoca, a estas alturas de la historia había perdido ya cerca de medio día de trabajo y hasta entonces no tenía esperanza de que la espera hubiese valido la pena.

Prosiguió el intercambio de argumentos con el encargado y es éste momento el que quiero resaltar en esta escueta historia. Si en un principio percibí una nula empatía de la persona a quien me refiero aquí, mientras transcurrió la conversación y se profundizó en la argumentación, sentí que poco a poco comprendía mi molestia. No obstante, lo que hablamos después, fue lo que verdaderamente me desconcertó.

Al ir acompañada por mi hermana menor quién es médico y cirujano y por tanto vestía su uniforme, el empleado de la SAT hizo pronto referencia a la ineficiencia del sistema de salud y haciendo una comparación trató de justificar así porque las cosas no funcionan bien en dicha entidad. Partiendo de la premisa del trabajador, es perfectamente normal que porque las cosas están mal en una institución o sistema, esto se convierta en una verdad aplicable para el resto, y por tanto es absolutamente comprensible que las cosas funcionen así o mejor dicho, que no funcionen.

Finalmente, la persona que me atendió me ofreció una solución, no sin antes habernos adentrado bastante en el debate. Salí no obstante con la cabeza baja y con mi fe en que las cosas pueden cambiar en Guatemala un poco menos ardiente. Tristemente, como inferí de la lógica de esta persona, los guatemaltecos tenemos pocas opciones y debemos conformarnos con lo que tenemos. Si nos salimos del rebaño y alzamos nuestra voz, es poco probable que sea oída y si lo es, seguiremos pensando que las cosas no pueden cambiar y es precisamente este pensamiento, el que nos condena a no movernos del agujero en el que estamos.

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