Pablo Sigüenza Ramírez
Las movilizaciones civiles producidas entre abril y octubre del año en curso tuvieron como exigencia central el cese a la corrupción. Demanda latente desde hace décadas alimentada por el destape público de los casos de soborno y cobros ilícitos tanto en el IGSS como en la SAT. En ambas instituciones, el robo y el saqueo del Estado se ha producido impunemente desde hace varios períodos presidenciales. Ya era hora de apresar a unos cuantos personajes de la larga cadena de sinvergüenzas que han administrado ambos espacios. Hay otros exfuncionarios que robaron, pero que hoy gozan el fruto de su ratería en plena impunidad.
Al quedar ligados a procesos judiciales los cabecillas de ambas bandas del crimen de defraudación, incluidos los exmandatarios electos por el Partido Patriota, las movilizaciones perdieron fuerza. Luego llegaron las desastrosas elecciones generales y con la segunda vuelta electoral el clima de indignación social pareciera haber bajado sus revoluciones al mínimo.
Desde el exterior se felicita a Guatemala por demostrar que con movilizaciones pacíficas se puede deponer a un Presidente corrupto. Otros analistas hacen referencia al control milimétrico que desde la Embajada de Estados Unidos se tuvo de toda la movilización para evitar que se desbordara hacia otras demandas de la población guatemalteca. Es posible que Guatemala haya servido de laboratorio para probar procesos sociales a ser replicado en otros países. No sería la primera vez. Lo mismo sucedió en 1954 y durante varios momentos de la guerra interna.
Aun reconociendo en las personas y grupos que se movilizaron durante tantas semanas su capacidad de manifestar indignación a través de la acción colectiva de movilizarse sábado con sábado, es necesario señalar que los temas pendientes de la sociedad guatemalteca son muchos y son graves; y por lo tanto, hay que seguir accionando con la voz, con las manos, con los puños, con el corazón, con el pensamiento y con los sentimientos. Los corruptos siguen gobernando hoy y estarán en los ministerios los próximos cuatro años. Los corruptos ganaron las diputaciones y las alcaldías. Los corruptos son jueces y fiscales.
La desigualdad social se hace más ancha. Seguimos siendo el país de América Latina con los mayores índices de desnutrición crónica infantil. Seguimos ganando salarios de hambre en el campo y en la ciudad. La violencia contra los niños y niñas sigue siendo un estúpido patrón de educación. Seguimos fomentando mentiras como la independencia y la conquista para crear un falso ideario nacionalista en lugar de construir un país plurinacional reconociendo que los pueblos mayas son naciones. Fomentamos en nosotros, ilusiones de desarrollo teniendo como modelo a los países del norte que son los más consumistas, obligándonos a querer transitar un camino hacia el desarrollo que en realidad no existe. La violencia contra las mujeres, producto de una forma patriarcal de pensamiento, se reproduce en las escuelas, en las iglesias, en el mismo gobierno y en la familia. Las leyes siguen flexibilizándose para permitir que las empresas se roben el agua, los minerales, las maderas de los bosques y selvas, el petróleo, la fertilidad de la tierra, la fuerza de trabajo de los guatemaltecos trabajadores y campesinos. Las leyes se fortalecen para reprimir a los que se oponen a este despojo.
Por supuesto que no todo está perdido, pero la solución no pasa por las falsas esperanzas en que el gobierno que viene será mejor. De hecho es previsible que muchos males se agudicen pues la aplicación de políticas neoliberales anuncia su continuidad con el gobierno electo. Nos queda entonces seguir en la acción colectiva por fiscalizar, por educarnos, pos hacernos pensadores y actores en esta realidad que aunque adversa tiene en sí misma la posibilidad de cambio hacia algo mejor, una sociedad con humanismo, con buen vivir. La tarea es organizarnos y caminar con una Guatemala diferente dibujada en el horizonte.