Juan José Narciso Chúa
No cabe duda que el año político fue pródigo en cambios. La situación no pudo ser más interesante y cambiante pues todo lo ocurrido mostró diferentes facetas, así como distintos resultados. Uno de los cambios más importantes fue el despertar de un pueblo, que indignado por las revelaciones de la CICIG y el MP salió a las calles a demostrar su molestia, a pedir cambios de fondo, a requerir más y más detalles de la verdad. Los plantones no pudieron ser más que evidentes, en donde una ciudadanía se paró ante el régimen que se deterioraba por pedazos, pero rápidamente, provocado por esas movilizaciones que se hicieron permanentes, que mostraron su descontento parándose ante el Palacio de la Cultura, sacando la dignidad mientras toda la institucionalidad se escondía y replegaba en silencio ante una arremetida ciudadana que pedía más y más.
El desmoronamiento del régimen corrupto de Otto Pérez terminó de desintegrarse completamente cuando uno a uno, sus cuadros fueron cayendo y pasando a procesos legales que hoy continúan ventilándose y mostrando cada vez con mayor precisión la cara más criminal de un gobierno que perdió completamente el rumbo, se extravió en la obsesión absurda del enriquecimiento ilícito, perdiendo las formas y enredándose más en una madeja que terminó por ahorcarlos por completo.
El Congreso de la República quiso refrendar con dificultad ciertas demandas ciudadanas, pero sin convencer a nadie, pues el pueblo bien sabe que lo hicieron con visión oportunista, queriendo lavarse la cara, pero en el fondo seguían acariciándose las manos, esperando un nuevo momento para continuar en la juerga. La secuela de antejuicios se vino como corolario de un conjunto de diputados involucrados en diferentes hechos ilícitos, que seguramente continuarán.
Las elecciones se presentaron en este escenario, tal vez en un momento sumamente incómodo para la ciudadanía, pues de haber continuado la presión ciudadana los cambios hubieran llegado más lejos y probablemente hubiéramos conseguido modificaciones más efectivas y permanentes en el sistema político corrupto y distante del sentir ciudadano. Los conservadores, los políticos y las élites apostaron por las elecciones para justamente evitar que la presión del pueblo continuara y terminara de defenestrar un sistema que había sido construido justamente para mantener los privilegios, para mantener el control de los distintos gobiernos, para enriquecerse ilícitamente, para introducir cambios cosméticos, superficiales, vanos y perecederos.
La primera vuelta mostró un movimiento inusitado de personas asistiendo a votar, según las cifras oficiales de un 70%; lo que significa que un 30% se abstuvo de asistir a las mismas; mientras que en la segunda vuelta se calcula un 48% que no se presentó a votar. Estos datos, a pesar que muchos los tratan de esconder, muestran que efectivamente existió un malestar ciudadano en contra del sistema y aquellos que votaron lo hicieron de la misma manera y contundentemente, cuando eligieron a Jimmy Morales y dejaron fuera a Sandra Torres, quien al final significó la representante de ese viejo sistema político caduco.
Hoy, la situación muestra que estamos ante un momento crucial. O se profundiza la crisis de institucionalidad, cargada por un pueblo que seguramente ya no es el mismo y volverá a las calles si la situación se lo demanda o si observa que un nuevo régimen se aleja más y más de los cambios que el pueblo exige. O en todo caso, se abre una oportunidad en donde el Presidente electo y su equipo se constituyen en un fiel garante de la inconformidad ciudadana y desarrolla un plan de gobierno que no sólo enfrente la crisis de recaudación, alinee la estructura de gobierno buscando el rescate de las instituciones, incorpore y traduzca las demandas del pueblo y articula un gobierno plural, pero principalmente serio y decente. El paréntesis está hecho, crisis u oportunidad, no hay más.