No se sabe de ninguna expresión de protesta o malestar de los vecinos de San José Pinula que ahora protestan porque las víctimas del deslave de El Cambray II serán trasladados a ese municipio cuando el terreno a usar era propiedad de un narcotraficante. En otras palabras, a esos delicados vecinos les importó un pepino tener de vecino a la cabeza de una estructura criminal dedicada al narco, pero no aceptan a los que vendrán de El Cambray porque, según manifiestan, llevar esa gente afectará la plusvalía de sus terrenos y dañará la imagen que quieren darle de una zona residencial de esas que llaman “exclusivas”.

Lo mejor que ha hecho Alejandro Maldonado Aguirre desde que fue investido Presidente fue la respuesta que ayer dio a ese rechazo insensato. Los derechos humanos prevalecen y el proyecto sigue adelante, dijo el gobernante y es de aplaudirlo porque indigna saber que hay personas que no tienen reparo para convivir con narcos, pero se molestan e indignan si quienes han de ser sus vecinos son gente pobre.

Sin duda esperaban que el narco edificara una ostentosa vivienda que le diera plusvalía a sus terrenos e hiciera más atractivo el vivir en el sector. En cambio, casas modestas para beneficiar a víctimas de un deslave que cobró tantas vidas, ofenden su buen gusto y recurren a argumentos falaces como el de que no habrá forma de darles servicios de agua y drenajes y que los niños tendrán que viajar mucho para ir a una escuela. Todo eso tiene solución y lo único que hace falta es voluntad para dotar de vivienda digna a gente que está pagando los elotes de la corrupción y, por qué no decirlo, de esa doble moral ciudadana que ha sido tan tolerante con todos los ricos que tienen dinero mal habido pero sigue siendo despectiva hacia los pobres.

No importa si el acaudalado es narco o es corrupto funcionario. Mientras ostente, mientras haga casonas, mientras tenga carros de lujo, será bienvenido en comunidades que se sienten honradas con la presencia de esa gente y vilipendiados si acaso un pobre llega a traspasar las barricadas que construyen.

Entre esa gente debe haber católicos y evangélicos de distintas denominaciones, pero lo que no hay son cristianos, de esos que entienden, como lo manifiesta el Papa Francisco, que el cristianismo es solidaridad, es fraternidad y entrega a los semejantes. En vez de cristianos son los mercaderes del templo, aquellos mismos que Jesús echó a patadas.

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