Francisco Cáceres Barrios
fracaceres@lahora.com.gt
Nunca faltan aquellas personas que se le acercan a uno para preguntarle “en confianza” ¿a cuál de las dos opciones presidenciales usted le va a dar su voto? Mi respuesta sigue siendo la misma, que no tengo ninguna preferencia pues al no creer en el sistema, solo veo pasar el proceso electoral sin confiar en que el resultado vaya a traer consigo las debidas soluciones al sinnúmero de problemas y carencias por las que sigue transcurriendo la vida democrática de nuestro país, sin embargo, eso no significa que como ciudadano no tenga el derecho y la libertad de expresar a quién jamás podría darle mi voto, utilizando para ello la poca sustancia gris que Dios me concedió, como los valores y principios que mis antecesores y mis maestros me inculcaron.
Con toda seguridad puedo decir entonces que jamás podría votar por alguien que pueda tener en su historial haber utilizado la violencia, malas artes o haber actuado fuera de la ley en contra del Estado o de los intereses de sus congéneres. Por principio también rechazo a la gente mentirosa como la que ahora dice que nunca ha ejercido el poder, sabiendo todos los guatemaltecos, por multitud de evidencias, que fue quien tuvo la sartén por el mango durante la totalidad de un período presidencial. No podría pues, darle mi voto a quien me consta que desvió recursos de ministerios como los de la salud, la educación y la seguridad pública o a los que tenían a su cargo hacer la infraestructura que tanto ha necesitado nuestro país para salir avante. ¿Cómo voy a consentir con mi voto a quienes hayan dilapidado fondos para comprar más adelante votos útiles a favor de una campaña electoral?
No, ni loco que estuviera, pudiera consentir con mi voto la compra de voluntades de los llamados líderes sindicalistas que, a base de presiones, chantajes o extorsiones convencen a sus bases para apoyar movimientos politiqueros que desvirtúan totalmente el libre ejercicio democrático de un pueblo ansioso de progreso y bienestar, mucho menos, a quien inmisericordemente le restó recursos a entidades de efectivo y comprobado beneficio social, a pacientes con enfermedades terminales o a niños sin más apoyo que la beneficencia pública. Jamás podría entonces darle mi voto a quien hizo infinidad de transferencias presupuestarias con tal de utilizar sus fondos en el clientelismo politiquero, causa del tremendo atraso y ausencia de desarrollo de nuestros pueblos. No, definitivamente rechazo el apoyo a quien hoy asegura tener experiencia en el manejo de la administración pública cuando aprendió o se entrenó en ella para poder hacer en beneficio propio mangas y capirotes con sus recursos.