Isabel Pinillos – Puente Migraciones
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El Sumo Pontífice, “hijo de inmigrantes”, quien siempre pide que “oren por él” concluyó su visita a Estados Unidos, en donde pudo abordar temas cruciales como la inmigración, la justicia social, la protección a las familias, y el medio ambiente, entre otros.

A pesar de que su presencia cautivó a religiosos y laicos por igual, el discurso que dio el Papa Francisco al Congreso y Senado en reunión conjunta, sacudió al poder legislativo desde sus raíces y logró la ovación de tanto republicanos y demócratas, así como magistrados de la Corte Suprema de Justicia, y de las fuerzas armadas.
El hombre, un jesuita, conocedor del pasado y del presente, fue entretejiendo principios de solidaridad social, con las palabras más dulces, invocando la dignidad del pasado, los ancestros, los hombres que inspiraron los valores de una gran nación. Poco a poco, fue advirtiendo, con gran sutileza en una reflexión retrospectiva, sobre actitudes que debían ser revisadas, de modo que las respuestas de los grandes temas se hacían aparentes con gran claridad y sencillez. Esto lo logró con su sello personal, sin prisas, con palabras llenas de esperanza y una mirada hacia el futuro.

Al dirigirse a los legisladores les recordó que ellos eran “el rostro de su pueblo” y que a través de ellos le hablaba a los hombres y mujeres trabajadores, a los ancianos, a los jóvenes quienes los eligieron. Ante los tiempos actuales de gran incertidumbre política y social, advirtió sobre los peligros de extremismos ideológicos o religiosos, pero también sobre la necesidad de la defensa de las ideas y las religiones, un equilibrio que no debe traducirse a “un reduccionismo simplista que divide la realidad en buenos y malos” o “justos y pecadores”. Siguió profundizando: “Sabemos que en el afán de querer liberarnos del enemigo exterior podemos caer en la tentación de ir alimentando el enemigo interior”. La propuesta a la crisis geopolítica y económica debe ser “de esperanza y de reconciliación, de paz y justicia.”

En este orden de ideas, pidió “una renovación del espíritu de colaboración que ha producido tanto bien a lo largo de la historia de los Estados Unidos”. Citó a Martin Luther King en su campaña por realizar su “sueño”, “sueños que movilizan a la acción, a la participación y al compromiso. Sueños que despiertan lo más profundo y auténtico que hay en los pueblos.”

Lamentó el destino trágico de los pueblos originarios de América, y advirtió que “cuando el extranjero nos interpela, no podemos cometer los pecados y los errores del pasado”. Sobre la migración de millones de personas que buscan el norte en “búsqueda de una vida mejor para sí y sus seres queridos”, cuestionó: “¿Acaso no es lo que nosotros queremos para nuestros hijos? No debemos dejarnos intimidar por los números, más bien mirar a las personas, sus rostros, escuchar sus historias mientras luchamos por asegurarles nuestra mejor respuesta a su situación. Una respuesta que siempre será humana, justa y fraterna”, por lo que advirtió que lejos de “descartar todo lo que moleste”, recordemos la regla de oro, de tratar a los demás como deseamos ser tratados, y que el tiempo usará esa misma vara con nosotros.

El abordaje del tema de migración por parte del Papa, fue conciliador ante un Congreso que ha tenido el tema paralizado. Exaltó los principios democráticos, y las primeras migraciones que poblaron ese gran país. Citó a sus hombres ilustres, y llamó a una solución humana, inteligente y digna para millones de personas que buscan ahí oportunidades de vida.

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