Eduardo Blandón

Algo debe pasar en las alturas que invisibiliza nuestra capacidad visual y nos hace alucinar. No solo produce mareos, como algunos dicen, sino también alejamiento, irrealidad y fantasía. Como droga que nos eleva y nos hace sentir invencibles. Eso es lo que experimentan nuestros políticos cuando llegan al poder.

Ha sido el caso de la híper famosa Roxana Baldetti. Si tuviéramos acceso a una grabación de sus constantes apariciones alucinógenas lo constataríamos. Bastaría recordarla en su visita desafortunada al lago de Amatitlán, su desenfrenado baile en una celebración desmesurada (como todo en ella) de su partido y sus declaraciones tan bobas como aquella de decir que era la madre de los guatemaltecos, para reconocer que es más de un tornillo el que le falta (o le faltaba) a la señora ahora hospitalizada y en crisis vital.

Como cualquier droga, el poder nos hace lucir imbéciles. Las miradas perdidas, las sonrisas sin control y el desorden emocional, son pruebas irrefutables de que estamos tocados. Por ello no es casual que en tribunales veamos a los políticos deslucidos: lagrimeando, parloteando, escribiendo despropósitos y razonando estúpidamente. Son casos de verdadera vergüenza pública.

Si pudieran verse con el tiempo en su estado ridículo, sentirían profunda pena. Ellos los que un día fueron arrogantes y poderosos, orondos y altivos, expuestos a la desnudez. Haciendo evidente el lado sucio de la condición humana. Tras las rejas es posibles verlos disminuidos, pidiendo clemencia, mordiendo el polvo.

Aunque es cierto que la ceguera está bien distribuida en la humanidad, el caso de los políticos es ejemplar. Sin oxígeno, sus cerebros viven en estado de coma. Es la causa del estado inconsciente de su vida moral y la desarticulación de las palabras y la falta de razonamiento. Es una limitación que excede la visión y produce retardo. No me lo crea, véalos por la televisión o escúchelos y saque usted mismo sus conclusiones.

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