Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Poco tiempo después de haber sido nombrado ministro de Salud Pública y Asistencia Social, cuando tomó posesión el gobierno de Otto Pérez Molina, el doctor Francisco Arredondo tomó la decisión de renunciar al cargo aduciendo problemas de salud. En realidad el destacado radiólogo que ya había incursionado en política, se dio cuenta del nivel de corrupción que campeaba en el gobierno y ante las primeras presiones desde arriba, léase de la Vicepresidenta, prefirió terminar su experiencia mandando a la punta de un cuerno esa cartera que históricamente ha sido utilizada por un montón de colegas suyos para enriquecerse a costillas de la salud de los guatemaltecos.

Obviamente no era una decisión fácil, puesto que implicaba en buena medida una especie de denuncia para los entendidos sobre cómo se estaba manejando la cosa pública. No disponía Francis de las pruebas fehacientes para formular una denuncia, y simplemente estaba en la disyuntiva de plegarse a la corruptela, dejando pasar las cosas aunque él no estuviera participando, o renunciar pretextando motivos de salud lo que le haría daño en cualquier aspiración política de futuro que pudiera alentar. Decidió irse aún a costa de ese precio personal, situación muy diferente a la de muchos que ahora navegan con bandera de honrados cuando fueron parte, por acción o por omisión, de gobiernos corruptos en los que se hicieron asquerosos negocios.

Yo recuerdo mucho la figura de un “hombre honorable” que fue prominente técnico, ejecutivo y hasta Ministro de Estado en varios gobiernos en los que él no se robó un centavo, pero dejó que los que estaban a su alrededor se armaran hasta los dientes haciendo toda clase de trinquetes. Hasta su esposa le recriminaba que por lo menos debiera de beneficiarse de lo que hacían sus subalternos porque de todos modos era una hueveadera de padre y señor mío, pero el susodicho técnico no tuvo nunca los faroles para denunciar a nadie y, creo yo, tampoco para entrarle al negocio.

Digo lo anterior porque en materia de honestidad no basta con no robar, sino que hace falta un compromiso más serio para denunciar lo que pasa alrededor de uno o, por lo menos, para irse con hidalguía a fin de no ser cómplice de ese asqueroso juego de la corrupción.

Me da asco ver hoy en día a muchos que fueron prominentes funcionarios y que, por ejemplo, tuvieron bajo su responsabilidad el tema de las aduanas y no hicieron absolutamente nada, pero ahora se presentan como próceres denunciando los trinquetes del gobierno de Pérez Molina. Exfuncionarios corruptos o, por lo menos, exfuncionarios que apañaron los trinquetes, que se mostraban en las manifestaciones de los sábados como si fueran realmente gente honorable no obstante que se prestaron para que, bajo su mando, se hicieran los más sucios negocios. Esos exministros, por ejemplo, que luego se quejaron de las órdenes que les daba la mujer de Colom, pero que las acataron dócilmente para mantener el hueso no pueden hoy presumir de honestos.

Francis Arredondo dio un ejemplo renunciando para no ser parte de la porquería. Otros renunciaron cuando ya habían sido parte de la porquería y se la tragaron como si tal cosa, pero lo peor es que hoy se quieren vestir de niños de primera comunión.

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