Jorge Santos
Los últimos acontecimientos en el país, han dado muestra que la movilización social y popular tienen sus importantes réditos y dos de los mayores son, la renuncia, primero de Roxana Baldetti y segundo el kaibil cobarde de Otto Pérez Molina. Sin embargo, es necesario no quedarse ahí, sino más bien ampliar y consolidar dicha movilización en aras de alcanzar la tan anhelada transformación social, económica, política y cultural.
Muy probablemente, este proceso esté dando luz a la verdadera independencia de Guatemala, no aquella que se negoció para que unos cuantos construyeran un Estado que hasta la fecha, sólo ha sido útil para la defensa de los intereses del capital privado. En ese sentido, este proceso resultaría tener, con la distancia necesaria, coincidencias con el proceso que logró la Revolución de Octubre de 1944.
Una de las coincidencias es el hartazgo social, a un régimen que para aquella época representada en una dictadura militar, había logrado consolidar un modelo oprobioso, excluyente, sanguinario y que solo daba respuestas a un pequeño grupo de privilegiados. Hoy con la alternancia en el poder y en marcha la democracia formal, distintos gobiernos han provocado el hartazgo a partir del saqueo, la impunidad, la corrupción en aras de esquilmar y expoliar la fuerza de trabajo, los recursos naturales y las finanzas públicas.
Siempre las élites políticas anquilosadas en modelos de Estado excluyentes, realizan acciones que den paso a la perpetuación del mismo, ya que este es garantía, que si no ellos, los siguientes tendrán un sistema clientelar y de impunidad que permite la corrupción y la defensa de privilegios de un pequeño grupo de la sociedad. Tal como lo hizo Ubico, lo hace Pérez Molina al intentar dejar garantizado que un “nuevo” personaje logre apaciguar el ánimo popular.
En junio de 1994, Ubico deja en su lugar un triunvirato encabezado por Ponce Vaides leal al régimen y continuación del mismo grupo económico y militar había montado ese régimen de ignominia. Asimismo, Pérez Molina en acuerdo con el poder económico tradicional y el poder militar a un personaje que será la garantía, no sólo de apaciguamiento de la movilización ciudadana, sino del modelo de cleptocracia montado en Guatemala.
Alejandro Maldonado Aguirre ha sido, al igual que Federico Ponce Vaides, un personaje que forma parte del entramado de la impunidad y garante de la corrupción que hoy tiene al Estado guatemalteco en una profunda crisis. Su paso por el partido de la violencia organizada, su participación política electoral junto a quienes hacían del terror de Estado su ejercicio del poder y su lamentable papel como magistrado de la Corte de Constitucionalidad dan muestra de ello. Ojalá que nuestra movilización social y popular permita que en menos de los 108 días que Ponce Vaides estuvo en el poder; podamos colocar en el Ejecutivo a hombres y mujeres representativos de las demandas ciudadanas y al igual que en 1944 construir una democracia real, funcional y participativa.