Eduardo Villatoro
Conforme se acerca el día previsto para celebrar las elecciones, al contrario de lo que se podría pensar en otras circunstancias, el modelo político que se nos ha impuesto desde hace décadas y que ha ido fortaleciendo a los grupos paralelos, se incrementa la incertidumbre y el escepticismo de los guatemaltecos, pero que aún confían en que acudir a las urnas es la vía para superar los obstáculos que persistentemente han ido colocando políticos que serán devorados por sus propias ambiciones; aunque arrastrarán a muchos compatriotas que se les agota la paciencia y tolerancia.
Desde que Guatemala retomó el camino de la democracia representativa, no se habían registrado conductas individuales y grupales con ostensibles faltas de escrúpulos, ausencia de respeto a elementales principios en los que se sustentan la armonía social, la convivencia pacífica, el respeto al derecho a disentir, como ha estado ocurriendo durante las semanas recientes, porque dirigentes políticos que además de estar al servicio de la plutocracia más codiciosa, no están dispuestos a que se realicen mínimos cambios que puedan conducir al país a salir del subdesarrollo en todos los órdenes de la vida colectiva, pero que embiste especialmente a las mayorías populares que se debaten entre la miseria, la ignorancia, la explotación, la hambruna y otros factores abyectos que arrecian la morbilidad y mortalidad infantiles.
Después de tanto tiempo en que una pequeña minoría privilegiada disfruta de todos los placeres que se les antoje, ya no asombra que sigan observando con displicencia y desde la cúspide de su egoísmo el sufrimiento de familias que apenas logran subsistir con salarios que no satisfacen necesidades vitales para cualquier ser humano, porque se asimila como un hecho natural que los campesinos, los obreros y sobre todo los indígenas estén condenados al sufrimiento, la discriminación y el abandono.
Pero lo que enerva es que ya no sólo caciques pueblerinos y dirigentes políticos sin asomo de decencia, se aprovechen de cientos de miles de familias vulnerables, sino que también otros guatemaltecos que surgieron de las masas se han valido de su astucia y perversidad para convertirse en líderes sindicales que sucumbieron ante el soborno de políticos aliados de los más insensibles empresarios, y se han envilecido para engañar a quienes estarían llamados a defender derechos e intereses de sus excompañeros de clase.
Qué repugnancia y aversión me invadió el pasado martes en la mañana cuando me enteré que al frente de un desvalido grupo de niños y mujeres, se encontraba un individuo que por actuaciones ilegales y valiéndose de su posición de “líder” de una extinta federación sindical se enriqueció y fue a parar a la cárcel, acusado de delitos del orden común. Un exconvicto pretendiendo engañar a la opinión pública con reclamaciones que en otro contexto tendrían validez; pero que sólo era pretexto para evitar que el Congreso pudiera discutir el antejuicio contra el señor Pérez, señalado de cometer delitos que avergonzarían a una persona sin renombre, pero con mayor razón a un político y militar que alcanzó el cargo más elevado al que se puede aspirar en una nación medianamente civilizada.
Este proceder del sindicalista estafador –para llamarlo de alguna manera– sólo es una muestra de los extremos a los que llegan los políticos encaramados en el Congreso y el Organismo Ejecutivo, porque los ejemplos de esta catadura se multiplican, pero que desde su turbia perspectiva, no alteran la institucionalidad que numerosos candidatos resguardan con desmesurado celo, sin importarle poner en riesgo la seguridad física y la vida misma de pequeños e inocentes niños y a mujeres engañadas por la lengua viperina de ese oscuro y cobarde expresidiario.
(El abstencionista Romualdo Tishudo leyó esta frase en algún texto ignorado: -No es la política la que convierte en ladrón a un candidato inmoral, sino que es tu voto el que hace a un ladrón convertirse en político).