Eduardo Villatoro

Con toda mi buena fe por los destinos del país, ya no tengo interés de seguir abordando en mi espacio asuntos referidos a las elecciones, sobre todo porque se han descartado tímidas reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos, además de que en un artículo reciente fijé mi posición, en el sentido de que la corrupción, el transfuguismo, el cinismo de los diputados, la pasividad de funcionarios del Organismo Ejecutivo, la parcialidad de órganos jurisdiccionales (incluyendo el sesgo y oportunismo de magistrados de la Corte de Constitucionalidad), la holgazanería que priva en instituciones gubernamentales, el enriquecimiento de alcaldes y la descomposición en todos los ámbitos del Estado, conjuntamente con la voracidad de un grupo poderoso de empresarios y, en fin, la ausencia de ética y honestidad en casi la totalidad de negocios privados, por pequeños o grandes que sean, todo eso y más, no se resuelve mediante delicados y superficiales cambios en la estructura jurídica del país que soporta el peso de degradación nacional.

Sostengo que Guatemala demanda una transformación integral en la generalidad de las áreas públicas y privadas, incluyendo, por supuesto a los partidos políticos de derecha, izquierda, abajo o arriba; pero no por medio de refinadas enmiendas, sino mediante una ruptura completa con todas las leyes, reglamentos, órganos estatales, costumbres y tradiciones que hemos acariciado desde hace décadas, para beneficio de un puñado de malvados políticos, integrantes del crimen organizado, miembros de las pandillas juveniles, profesionales desnaturalizados, patronos explotadores, sindicalistas traidores a su clase, banqueros inescrupulosos y pare usted de contar porque podría entrar en la colada, contagiado espontanea u obligado por las circunstancias en este enorme estadio de juego de intereses personales, sectarios, familiares o gremiales.

Una vez que he ratificado mi forma de apreciar la forma como se moviliza o empantana la sociedad guatemalteca, muy solitariamente, sin formar parte de partido político, grupos sociales, tribu o conglomerado alguno que se arrogue la representación del pueblo, he arribado a la certidumbre que, tal como se encuentran las circunstancias de toda índole, el domingo 6 de septiembre se realizarán las votaciones para escoger a las autoridades del país, y frente a esa realidad objetada por numerosos compatriotas, lo menos que podemos hacer para contribuir a evitar que la suciedad que derrama la casta política dominante se extienda, es apoyar los esfuerzos, la tenacidad y la capacidad de los magistrados del Tribunal Supremo Electoral, en vez de enturbiar más las aguas en las que navegan esos funcionarios que han tenido la hidalguía y el valor cívico de enfrentar a las organizaciones partidistas cuyos diputados los escogieron para esos cargos, creyendo que sólo serían títeres suyos y que no se atreverían a desafiar el abuso, el autoritarismo y todas las porquería que destilan esos mal llamados legisladores.

Ciertamente el TSE no ha adoptado decisiones determinantes que harían socavar el sistema; pero no debe olvidarse que no cuenta con la fuerza coercitiva necesaria ni los recursos indispensables para higienizar el modelo que se ha utilizado para manejar el proceso electoral.

Adicionalmente, subrayo mi respaldo a la magistrada María Eugenia Mijangos, mujer inteligente, valiente y de vastos conocimientos académicos, quien ha sido denunciada por un achichincle del partido Lider, para promover un antejuicio contra ella, acusándola de verter declaraciones que “perjudican” a esa organización política, a sabiendas que ese colectivo no necesita que otros grupos o personas puedan “dañar su reputación” (¿?), porque son los mismos dirigentes y activistas quienes se encargan de envenenarse con sus propias ponzoñosas acciones y engaños.

(El idealista Romualdo Tishudo cita al filósofo Jiddu Krishnamurti : -No es saludable estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma).

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