Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Al terminar la semana pasada, el comisionado Iván Velásquez dijo que el futuro del país depende del nivel de compromiso que tengan el Ministerio Público, los Tribunales de Justicia y sobre todo la sociedad guatemalteca, hablando de la lucha contra la corrupción que ha empobrecido al país y enriquecido a una parvada de delincuentes, políticos y particulares, que se han dedicado a saquear a Guatemala no obstante las enormes necesidades de nuestra gente.

Desde que se planteó la iniciativa para crear la Comisión Internacional Contra la Impunidad yo sostuve que la misma sería una ayuda siempre y cuando los guatemaltecos asumiéramos el compromiso de trabajar contra ese flagelo que es aliciente para los criminales de toda clase y calaña. Desafortunadamente durante varios años tuvimos el apoyo de la CICIG pero no llegamos a entender la dimensión del problema de la impunidad y sus efectos en el tema de la corrupción. Todos sabíamos que había corrupción, que los funcionarios se enriquecían en forma escandalosa, pero pocos éramos los que denunciábamos y señalábamos a los corruptos sinvergüenzas.

Hizo falta que en este gobierno se rebasara el vaso para que la población adquiriera una nueva conciencia. Y no fue sino hasta que la Comisión Internacional Contra la Impunidad destapó el caso de las Aduanas, donde por cierto siguen trasegando mercadería como si tal cosa, para que la población se hartara. Ya la señora, por decirle de alguna manera. Roxana Baldetti había exacerbado a la gente con sus cínicas declaraciones y actuaciones en casos como el del Lago de Amatitlán, escandaloso negocio que ofendía la inteligencia de cualquiera y que, de remate, se ganó el desprecio público por la sarta de babosadas que dijo la vicepresidenta.

El caso es que poco a poco se fue evidenciando que el problema no era solo la Baldetti, sino que el problema es mucho más grave porque es la estructura misma del Estado la que fue puesta al servicio de la corrupción. Se entendió que aquí no es problema de Portillo, Baldetti, Berger, Arzú o Colom, porque todos llegan a hacer lo mismo, es decir, a enriquecerse en forma insolente y a dejar que sus allegados se vuelvan millonarios en la forma más descarada.

No basta con salir de Baldetti o de este gobierno, sino que hay que salir de toda una calaña de individuos que tienen secuestrado el sistema y que encuentran en el Congreso su principal reducto, con la complicidad de una asquerosa Corte de Constitucionalidad que es la defensora del sistema de impunidad y corrupción.

Ahora podemos decir que hay una luz que no nos permite perdernos y esa luz ha puesto en evidencia cuán podrido está el sistema político y la estructura del Estado que fue víctima del secuestro perpetrado por esa pandilla de “políticos” que son hoy por hoy los amos de la situación y nos tienen amarrados con la camisa de fuerza de la institucionalidad.

La única forma de salir del problema es rompiendo el poder hegemónico del Congreso y la CC porque diputados y magistrados están dispuestos a mantener de rodillas al pueblo bajo la tesis del orden constitucional que ellos mismos se han pasado por el arco del triunfo y que el pueblo tiene que reconstruir y restablecer mandando al chorizo a los largos.

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