Javier Estrada Tobar
jestrada@lahora.com.gt

Esta no es una columna sobre química o salud. Escribo sobre “radicales libres”, y me refiero a esos agentes sociales que asumen posturas ideológicas extremas y valiéndose de su libertad, son capaces de atropellar los derechos de los otros.

La iniciativa para promover la educación bíblica obligatoria en los centros educativos ilustra la forma de pensar de los “radicales libres”, y aunque tiene todas las características necesarias para fracasar en el Congreso, no está demás echar un vistazo a los peligros que conlleva este proyecto.

Nuestra Constitución, aunque tenga varios errores y está desactualizada, tiene muchas virtudes y una de ellas es que garantiza libertad de credo, que es un pilar fundamental en cualquier Estado que se precie de ser democrático.

La Carta Magna establece con claridad que el “ejercicio de todas las religiones es libre”, pero con observancia al “orden público y el respeto debido a la dignidad de la jerarquía y a los fieles de otros credos”, de manera tal que la enseñanza obligatoria de la Biblia en las escuelas sería inconstitucional.

El problema se explica con facilidad. No se le puede imponer una religión o una creencia a una persona, y por eso es anticonstitucional establecer una normativa que obligue a los niños y niñas a aprender un texto que no necesariamente corresponde a sus creencias.

Al margen del análisis legal, también hay que revisar lo que sucede en la vida real. En otros países, donde el Estado está legalmente y radicalmente arraigado a la religión se dan serios problemas de integración, en el mejor de los casos, y en el peor, ocurren persecuciones y muertes contra grupos minoritarios o débiles.

Aclaro que, a mi criterio, la Biblia no es el problema. Podría establecerse la lectura obligatoria de El Corán, La Torá o cualquier otro texto religioso, u de igual manera estaría en desacuerdo. Y sobre esto, puedo decir que personas que creen y practican el cristianismo también están en desacuerdo.

Esta mañana, una persona creyente compartió su opinión conmigo a través de una red social. “Como creyente debería de acceder y promover esta iniciativa, pero honestamente estoy en total desacuerdo. La religión es totalmente opcional y una formación de valores y ética, sería más apropiado que concepciones religiosas. Al ser parte de un país multicultural y multiétnico no creo que un solo Dios pueda cubrir las expectativas de todos”.

Otra persona, también creyente, compartió su opinión: La fe es algo de la vida privada y propio de la libertad individual de las personas. No se puede obligar a un individuo (adulto o niño) a formarse en una determinada fe. Lo que realmente preocupa es que cursos como «moral y urbanidad» se hayan dejado de impartir, en ellos se enseñaban normas de respeto y cortesía y valores básicos que todo ser humano debería tener para vivir en sociedad. Lo que debe ocupar al Estado es que no nos matemos los unos a los otros y si eso lo haces porque lo dice la Biblia o porque lo aprendiste en el libro del Mormón, no debe ser relevante para el Estado”.

Creo que este tema merece una mayor difusión y discusión, porque lo que sí es democrático es el diálogo y el entendimiento pacífico en la sociedad, que se merece educación científica y objetiva.

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