Eduardo Villatoro

Soy lector constante del jurisconsulto Luis Fernando Molina quien, además de poseer suficientes conocimientos de su profesión tiene la habilidad de exponer con sencillez y comprensión sus argumentos, sin enredarse en largas y tediosas entelequias para los profanos en el área del Derecho, como tampoco cita exprofeso a tratadistas, para envanecer su erudición.

No lo conozco personalmente, aunque somos vecinos en La Hora; pero me llama mucho la atención sus textos en los que explica con llaneza el contenido de una enredada explicación o interpretación sobre algún tema jurídico que ha intentado exponerlo otro perito en la materia, básicamente si es un magistrado de cualquiera de las cortes; así como me entretengo en la lectura de anécdotas personales, familiares o pueblerinas que publica.

Traigo a cuento esta insulsa introducción a propósito de su artículo del pasado martes, titulado “Cuando el pueblo se desborda”, en el que relata a grandes y comprensibles rasgos los antecedentes inmediatos de la Revolución Francesa, conmemorada, precisamente, en la fecha de su columna, y cuyas características sociales, económicas y políticas -aunque guardando las grandes distancias- se podrían semejar a las circunstancias que afronta Guatemala, detallando la composición de los Estados Generales, una especie de asamblea que se componía de tres importantes estamentos: la nobleza, el clero y el pueblo.

No cometeré la imprudencia de resumir el texto del doctor Fernández, pero sí subrayo el párrafo final que se refiere a que el pueblo francés se fastidió de que mediante reuniones y negociaciones no iban a suceder los cambios sustanciales que perseguían, y a causa de esa frustración, los representantes de la burguesía -entendida en su entorno de la época- se lanzaron a las calles de París el 12 de julio y el 14 tomaron La Bastilla, prisión y fortaleza que representaba el dominio de la clase dominante. “El poder se desligó a favor del pueblo” para terminar con siglos de opresión.

La moraleja es fácil de digerir; pero de todas maneras la explicaré a mi manera: Los grupos sociales de diferente categoría que han estado rogando, sugiriendo, recomendando, pidiendo y exigiendo a los diputados del Honorable, que procedan a sesionar para reformar la Ley Electoral y de Partidos Políticos, por motivos que estamos enterados, no han logrado convencer a los insensibles, empecinados y testarudos parlamentarios (para decirlo con palabras amables), por más sólidos, fundamentados y convincentes razonamientos que expongan todos los grupos que se han dado cita en la Cámara, para que los congresistas procedan a los cambios de la LEPP, con el objetivo de democratizar los procesos electorales, modernizar al Estado y realizar las transformaciones legales en un contexto de convivencia pacífica.

Solo así se evitará el desbordamiento de la frustración, el desengaño y la ira contenida de amplios grupos de la población, hastiados de la proliferación de fraudes, el enriquecimiento ilícito, corrupción y otras conductas delictuosas de quienes detectan el poder desde hace décadas.

Es una tarea perdida, porque los diputados están ciegos de ambición.

(-¡Nos están orillando a medidas radicales! exclama el obrero Romualdo Tishudo).

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