El nuevo escándalo de corrupción se destapó en la Policía Nacional Civil donde había sido nombrado el exmilitar Héctor Rodríguez Heredia, compañero de Juan de Dios Rodríguez en la Escuela Politécnica y también de Eddy Fisher y Edgar Camargo, quienes dirigieron presidios y de Byron Lima, verdadero poder de las cárceles, demuestra cómo es que se manejan los negocios del Estado en el país, generando una danza de millones impresionante y ofensiva para un pueblo lleno de carencias y necesidades.

Si eso pasa en una subdirección de la Policía Nacional Civil, no es descabellado afirmar tajantemente que urge escarbar en los contratos del Ministerio de Comunicaciones, por ejemplo, porque allí hace rato que se han perfeccionado los sistemas de corrupción. Desde hace muchos gobiernos que los que llegan a ministros en esa cartera salen archimillonarios y sería bueno empezar a investigar también esas fortunas para proceder a exigir extinción de dominio a todos los largos que se han hartado mediante contratos espurios para hacer obra de mamarracho a precios de maravilla tecnológica.

Qué decir de Salud Pública, cueva asquerosa en la que se lucra con la enfermedad de nuestra gente en la compra de insumos a precios pactados en forma vergonzosa entre los funcionarios y los proveedores. Ya en los remotos tiempos de Ramiro de León Carpio denunciamos esas prácticas inmorales y nadie, absolutamente nadie, ha rendido cuentas de los trinquetes cometidos en perjuicio de una población desnutrida y sin acceso a la salud.

La lista es inmensa, pero citamos casos paradigmáticos, como el del Ministerio de Energía y Minas, donde las concesiones y apañamiento a los importadores de hidrocarburos reportan jugosas ganancias para los que se sientan en la poltrona ministerial. O el de Ambiente, en donde se pone precio a los estudios de impacto ambiental y se aprueba cualquier porquería, aunque esté demostrado el daño al medio ambiente. No hay ejemplo más claro y burdo que el de la “limpieza del lago de Amatitlán”, con la salvedad de que la porquería de ese lago hace rato que viene siendo fuente de jugosos negocios para una partida de sinvergüenzas que han lucrado con agüitas o aireadores.

¿Hasta cuándo vamos a tolerar que en todas las dependencias nos metan goles? ¿Hasta cuándo vamos a resignarnos a que por defender la institucionalidad no hay nada que hacer más que agachar la cabeza y dejar que el sistema siga generando sus mecanismos de defensa, empezando por la desacreditada Corte de Constitucionalidad? La hora de actuar llegó hace rato y ahora que lo hemos entendido, no hay que dar un paso atrás ni para agarrar aviada.

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