Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Dicen que quien siembra vientos cosecha tempestades y justamente eso es lo que está haciendo la OEA al pronunciarse, sin conocimiento de causa, sobre la situación de Guatemala porque se tiene que entender de una vez por todas que si no hay cambios en el modelo político y se elige conforme al sistema diseñado para alentar la corrupción y la impunidad, el próximo gobierno va a tener un escenario que puede llegar a un extremo de ingobernabilidad sin precedentes y con consecuencias imprevisibles.

Un proceso de reforma ahora puede considerarse como una transición más o menos ordenada para establecer nuevas reglas que permitan rescatar la democracia y la constitucionalidad. Los gobiernos representados en la sede de la OEA en Washington simplemente votaron de acuerdo a sus propios temores de que se pueda abrir una caja de Pandora en la región con el desplazamiento de los regímenes corruptos o señalados de corrupción y, por supuesto, todos los cancilleres tienen que cerrar filas en defensa de la institucionalidad.

Pero hay que entender que en Guatemala institucionalidad fue pervertida y la constitucionalidad sirve como camisa de fuerza para proteger a los pervertidores. Cabalmente es el Congreso el principal valladar para cualquier cambio que se quiera hacer porque a los diputados no les interesa ni conviene que exista una auténtica democracia si es más fácil seguir comprando las diputaciones para recuperar la inversión mediante los negocios que facilita el sistema. El próximo Congreso será más de lo mismo porque, lamentablemente, muchos serán reelectos y los que van a llegar nuevos no ofrecen en realidad algo distinto. ¿Será que el que fue ministro de Comunicaciones de Colom y ahora es candidato tras haber generado la deuda flotante es uno de esos nuevos aires de refresco?

Y digo que siembra vientos porque seguramente la tempestad vendrá en el próximo período y será mayor que la que ahora vivimos. No sólo porque el hartazgo es evidente y cada día mayor, sino porque el próximo gobierno no tendrá más remedio que tomar medidas para corregir los problemas de la deuda pública exacerbada en los dos últimos regímenes y esos ajustes tienen un costo social muy alto que afectará, para variar, a los más pobres. Eso echará más gasolina al ya explosivo ambiente que tendrá que enfrentar un gobierno surgido de un proceso electoral altamente cuestionado y evidenciado como una patraña que nada tiene que ver con la democracia.

La tempestad que estará cosechando la OEA será de imprevisibles consecuencias porque ya no será únicamente un movimiento de inconformes por la corrupción y la impunidad, sino un movimiento de amplia base con otras reivindicaciones.

Ningún Canciller iba a votar porque se trajeran al suelo al gobierno de Guatemala. Eso es elemental y no puede entonces considerarse como algo extraordinario el soporte que le da la OEA, aunque sí tiene un peso y una importancia enorme para apuntalar a Pérez Molina.

Pero ningún Canciller tiene idea de lo que está pasando en Guatemala y, menos aún, de lo que va a pasar cuando llegue un gobierno deslegitimado tras ser electo en elecciones tan cuestionadas y frente a un mar de oposición y reclamos.

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