Ayer se aprobó el Presupuesto General de Ingresos y Egresos del Estado para el período 2015 con los votos de 106 diputados que le dieron el carácter de urgencia nacional cuando estaba a pocas horas de vencer el plazo con el que, en caso de no pasar, se volvería a utilizar el que ha venido rigiendo por los últimos años.

Las discusiones previas a la aprobación tanto del presupuesto como de los Bonos para financiar las operaciones del Estado, estuvieron llenas de señalamientos de corrupción, de la inconveniencia para el país de tener un presupuesto como el presentado, de la urgencia de establecer candados o controles que garantizaran el gasto, etc.

Pero cuando se llega a la votación, todo eso deja de tener importancia, lo cual llama poderosamente la atención. Porque posiblemente es que en las discusiones privadas sobre el tema se hace la componenda esa que los ciudadanos tememos pero que los políticos buscan.

Y es que los diputados al Congreso de la República, no solo de esta legislatura sino desde muchas antes, se han convertido en excelentes chantajistas del poder y saben cómo exprimir para conseguir los máximos beneficios económicos a cada una de las leyes que les requerirá de ese arduo levantar de mano para ejercer el voto.

Los juegos perversos entre el oficialismo y la oposición en el Congreso son notorios y los que quedan fuera gritan que hubo soborno, aunque en negocios anteriores ellos hayan sido parte de la misma jugada. Los diputados ganan sobres bien cargados y el Ejecutivo se asegura manga ancha para manejar los recursos sabiendo que la Contraloría es una cacharpa inútil.

Por ello lo que termina habiendo es una gran desconfianza de la gente que al enterarse que algo ha quedado aprobado dice que “partieron la vaca” en referencia a cómo es que se dividen los beneficios entre los actores que, día a día, son números nada más para llegar a los 80 o a los 105, según sea el caso.

Este presupuesto no le dará solución al déficit con el que se ha tenido que batallar, no se le dará la solvencia financiera a la operación al Estado y, lo peor de todo, solo nos viene a ratificar que no hay interés de ejercer el poder con la transparencia necesaria porque, al final del día, los pactos siempre son tan sucios que nadie quiere que se vean.

La necedad de hacer las cosas turbias se explica claramente por el fondo de las componendas que nada tienen que ver con el interés del país o de la población.

Artículo anteriorNuevo Superintendente de Bancos
Artículo siguienteBarcelona: Iniesta ya está recuperado