Eduardo Blandón
Debe ser mucho lo que está en juego político, pero sobre todo económicamente en el Congreso, que los diputados no saben mover un dedo sin que exista, casi siempre, deseos inmensos de lucro. ¡Una ley! No hay ley, gratis. Hay que aceitar la maquinaria para que el sistema funcione, de lo contrario, imposible.
Como la pugna que sostienen Pablo Duarte y Leonel Soto por hacerse de la jefatura de la bancada del Partido Unionista. No vaya usted a creer que hay intenciones nobles. En el fondo y en la superficie hay deseos tremendamente rastreros. Cada jefe de bancada, dice un matutino, además de su sueldo, puede contratar dos asesores, cobrar Q1 mil de dieta por cada sesión de jefes de bloques y contar con fondos para Caja Chica. Esa es la razón de la disputa, no otra.
Como si fueran humildes obreros del mundo de la carpintería o cobraran como trabajador de la construcción, los diputados buscan el lucro de manera desenfrenada, sin proporción alguna. Sin vergüenza. Para darse lujos fuera de la realidad guatemalteca, comparándose quizá con jeques del Medio Oriente o empresarios del mundo de la tecnología. Son vulgares, obscenamente inmorales.
Lo mismo sucedió no hace mucho con el flamante Arístides Crespo. Con tal de no ceder la Presidencia del Congreso hizo micos y pericos. Suspendió sesiones, azuzó el debate y también estuvo a punto de los golpes. Tan cavernarios y animalescos son en ese lugar que hacen cualquier cosa con tal de conservar el poder. Y lo logró, se salió con la suya. Crespo es el amo y señor de la marrullería y la capacidad de subsistencia en la selva referida.
Lo más ridículo y triste del caso es que son ellos los encomendados a aprobar el presupuesto de la República. Los buitres, las alimañas, los más grandes carroñeros del país son los responsables de la bolsa del Estado. ¡Estamos mal! ¡Qué horror! Y claro, no hay presupuesto alguno que pueda satisfacer tanta ambición, nada le es suficiente a un Padre de la Patria. Son glotones. En su imaginario son famélicos, tienen una imagen distorsionada de sí mismos, necesitados siempre de más.
Y pensar que sabiéndolo es muy poco lo que hacemos. Testigos silenciosos de la ruina y el descalabre nacional. Sálvese quien pueda, entonces.