Francisco Cáceres Barrios
La mañana del domingo pasado tuve la oportunidad de caminar con mi hija y nieta menor a lo largo del llamado “paseo de la sexta avenida de la zona uno de la ciudad capital”. Como decimos corrientemente, iba abriendo la boca cuando sentí que ellas me llevaban con cierta prisa al otro lado de la ruta, haciéndome señas de la pestilencia que iban dejando un grupo de muchachos con el humo característico o mejor dicho pestilencia, provocada porque varios de ellos fumaban cigarrillos de marihuana. Al leer las recientes declaraciones a una cadena internacional de nuestro presidente Pérez Molina, sobre que tomará una decisión en el tema de la legalización de este tipo de droga el año entrante, me hice la pregunta ¿de qué está hablando, si cada vez es más corriente y notorio el uso y abuso de la misma con entera libertad a pesar de su cauda de efectos nocivos que origina?
En Guatemala no existe tal lucha contra las drogas. Aparte de la actividad desplegada con la ayuda que nuestro país sigue recibiendo de los Estados Unidos de América, todo tipo de drogas impunemente se trasiegan, comercian o expenden a todo lo largo y ancho de nuestro país. Por favor, eso que dicen nuestras autoridades de estar “librando una guerra” ni sirve de nada para causar buena impresión en la prensa extranjera, mucho menos quienes vivimos en esta linda tierra nos tragamos tan mentirosa píldora. Tampoco sirve de nada compararnos con lo que ocurre en países como Colombia o Uruguay pues sus condiciones son muy diferentes. Aquí, los gobiernos podrán seguirse gastando muchos millones de quetzales pero a más de 14 millones de habitantes nos consta que ni un solo centavo se invierte en campañas divulgativas, educativas o formativas para evitar que nuestra niñez y juventud caiga en el vicio de la droga y sus consecuencias.
Habrá que comprender entonces que si el presidente Pérez Molina se dejó llevar del consejo de un asesor para imitar al carismático presidente del Uruguay con tal de cambiar su inexorable caída de popularidad, mucho mejor hubiera sido dedicarse con todo empeño a que su gobierno atienda como es debido a los cientos de miles de pacientes por enfermedades endémicas, gastrointestinales, respiratorias o dermatológicas. ¿Cómo podrán apoyar adecuadamente a los drogadictos? Habrá que sumar a lo anterior esta interrogante: ¿No es cierto que nuestro sistema de seguridad ciudadana sigue siendo incapaz de dar buenos resultados para evitar los crímenes que ocurren a diario en el transporte colectivo, como tampoco es eficiente con la captura y procesamiento judicial de tantos narcotraficantes que siguen haciendo de las suyas? ¿De qué lucha hablan entonces?