Martín Banús
marbanlahora@gmail.com

¡No somos racistas en lo absoluto!

Antes que nada quiero agradecer a todos aquellos que, aun sin compartir nuestros puntos de vista, e incluso adversándolos radicalmente, aceptan y defienden nuestro derecho a expresarnos, permitiéndonos recordar la célebre frase de Voltaire, misma que ha sido capaz de tocar a lo eterno en este tema: «Podría no estar de acuerdo con lo que usted piensa, pero daría mi vida para que pueda expresarlo».

Reconocimiento especial para La Hora y para Oscar Clemente Marroquín, paradigmas de la libertad de expresión del pensamiento, la libertad, tan importante o más que la vida misma, a tal punto que muchos han ofrendado la suya en aras de tenerla o conservarla.

Seguidamente, queremos en forma muy especial, ofrecer nuestras más amplias y cumplidas disculpas, mismas que considero pedidas, por quienes se hayan podido sentir ofendidos con nuestro artículo del martes once.

Jamás, óigase bien, fue nuestra intención herir sentimiento alguno, sino por el contrario, contribuir, con cruda descripción, a la reflexión y a la construcción de un mejor entendimiento de nuestra realidad social, cultural y económica.

Tal crudeza analógica y descriptiva, fue el resultado, –seguramente–, de nuestra frustración por sabernos, de alguna forma al menos, corresponsables de un drama social que convive con nosotros, generación tras generación, sin que aparentemente podamos resolverlo, y ante el cual, parecemos impasiblemente acomodados. Ya lo decía el Presidente de Ecuador, Rafael Correa: Viendo la miseria cual folclor…

Habíamos contemplado para este día, exponer la contraparte, misma que dejamos prevista con la frase final: “Con todo y todo,… el indígena también es la solución”, pero hemos preferido posponerlo para la próxima semana y dedicar este espacio exclusivamente para aclarar algunos aspectos del anterior.

El título del susodicho artículo, El indígena feo, absolutamente nada tuvo que ver, entiéndase bien, con aspectos estéticos del indígena, como muchos supusieron, sino que fue un tanto inspirado en aquella novela del, Americano feo, de W. Lederer y E. Burdick, en la que se narra precisamente, la triste vida de pueblos de países subdesarrollados del sureste asiático, (pueden confirmarlo) así como sus costumbres y miserias, semejante a algunas zonas de Guatemala. Pero aclaro, que no es la misma situación para todos. Además, comprendemos perfectamente que la idea de belleza es relativa y que aquella que poseemos generalmente en nuestros países, ha sido históricamente influenciada por no decir acuñada, por Occidente… ¡La belleza al igual que la ofensa, en verdad está en los sentidos de la persona! Es decir, cada quien las percibe donde puede o quiere verlas…
También sabemos, cómo no, de no pocos indígenas que son particularmente exitosos en lo económico, en la agricultura, en sus profesiones e incluso como catedráticos universitarios, como comerciantes, como artesanos e incluso como místicos extraordinarios, etc. En fin, ciudadanos ejemplares, repito, no pocos. Lo sabemos, pero nuestras palabras se referían, –obviamente–, a esa mayoría abandonada que a algunos les incomoda que se les recordemos que siguen ahí…

Quisimos con nuestro controversial artículo, fundamentalmente llamar la atención sobre esa permanente y centenaria sucesión de adversidades y desengaños que sufre el indígena, en la agricultura, en la salud, en lo político, etc., en su desventajosa e injusta posición dentro de un mundo mayoritariamente dominado por ladinos.

También queremos resaltar en nuestra defensa que, (en contra de lo que algunos nos recriminaron), sí enfatizamos a lo largo y a lo ancho del artículo, la histórica discriminación y marginación de que ha sido y es víctima el indígena, y cito literalmente: “…nadie puede negar que ha existido, sin duda, discriminación y exclusión,…”, y, “la injusticia social, repetimos, que nadie puede negar,…”, etc. También cabe resaltar que en ningún momento se mencionó despectivamente la palabra “indio”, como otros que nos señalan, sino siempre, “indígena”.

¿Por qué decidimos escribir sobre el drama de muchos (no de todos) indígenas que viven en la llamada zona de subsistencia? Porque percibimos que existe una no declarada tendencia inculcada en la tradición “chapina”, a evitar hablar abiertamente de los rasgos de la cultura autóctona, sin sospechar siquiera que al hacerlo, corríamos el riesgo de ser señalados injustamente como racistas ¡Vaya lógica! No sólo no somos racistas sino que aborrecemos el racismo. ¡Entiéndase bien de una vez por todas!

Quedó en evidencia que muchos comentarios vertidos a raíz de ese artículo, produjeron una reacción visceral, lo que demuestra que estamos, evidentemente, ante un tema tabú en nuestra sociedad que, se acepte o no, resulta ser el epicentro de toda nuestra problemática.

Debemos aceptar que al evitar hablar de las verdaderas causas de la pobreza extrema, en vez de ayudar a aliviarla y/o corregirla, (que fue justamente nuestra intención al concluir que el número de hijos es clave), por el contrario, se paran justificando y perpetuando los patrones culturales que podrían originarla y/o continuarla.

Para terminar, deseamos reiterar nuestra disculpa a los ofendidos y nuestra felicitación a aquellos de amplio criterio.

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