María José Cabrera Cifuentes
mjcabreracifuentes@gmail.com

A partir de agosto de 1961, y en un contexto internacional marcado fuertemente por la división ideológica del mundo, se erigió un muro que por 28 años dividió a Alemania en dos, convirtiéndose en uno de los emblemas por excelencia de la guerra fría. En 1989, tras un proceso largo de pérdida de la zona de influencia de la URSS, de intentos de escape desde la República Democrática Alemana (la porción socialista de Alemania) debido a la represión y de un orden mundial complejo, las autoridades berlinesas orientales anunciaron la libertad de la población de cruzar cualquiera de las fronteras de la RDA, incluido el muro. Este hecho se convirtió en uno de los hitos más importantes de la historia contemporánea, marcando el final de aquella guerra fría.

El recién pasado 9 de noviembre el mundo conmemoró los 25 años de la caída del Muro de Berlín y no solo la reunificación alemana sino aquella supuesta “nueva era de las relaciones internacionales” anunciada por Mijaíl Gorbachov en aquel entonces. La caída del muro generó una serie de mitos a su alrededor como lo es hasta hoy el triunfo inminente del capitalismo y la homogenización ideológica global, creencias que hasta el día de hoy siguen infligiendo un daño incalculable.

Tristemente, hasta la actualidad para muchos grupos y personas el muro no termina de caer, la guerra fría continúa y las ideologías que entonces dividían al mundo siguen teniendo vigencia y validez; tanta como para enfrentar a sociedades enteras con los mismos argumentos de hace más de un siglo, mismos que fueron generadores del enfrentamiento entre la URSS y Estados Unidos.

La oposición de estos bloques ideológicos tuvo efectos palpables alrededor del mundo. En el caso específico de Guatemala, la guerra fría se calentó en la década de los 60 del siglo pasado, con la conformación de grupos guerrilleros y la respuesta del Estado. Este fue el estallido del Conflicto Armado Interno, cruento, destructor y cuyos principales efectos lamentablemente sigue padeciendo la población civil, víctima de ambos grupos, quienes perdieron la perspectiva y principios de sus ideologías al tratar de imponerse sobre el otro.

También nosotros tuvimos la posibilidad de la caída de nuestro propio muro con la firma del Acuerdo de Paz Firme y Duradera en 1996, sin embargo aunque el fuego cesó, nuestra guerra civil solo se entibió un poco y hasta el día de hoy siguen enfrentándose los mismos viejos y obsoletos bloques ideológicos.

Son precisamente esas ideologías férreas e incapaces de renovarse o actualizarse a sí mismas, las que se levantan como una pared invisible que divide a nuestra sociedad. No me refiero con esto a que la ideología juega necesariamente un papel macabro, lo que quiero decir, es que el encadenamiento voluntario a ésta, constituye una verdadera dificultad para el avance objetivo del país y se convierte en el verdugo del pragmatismo.

Alrededor del mundo cada país sigue teniendo sus muros, no todos necesariamente de carácter ideológico, pero si cada uno generado por la intolerancia y la incapacidad de los seres humanos del respeto a la otredad y las formas distintas de pensar. Sin tolerancia, respeto a la soberanía, compromiso ciudadano y de las autoridades, objetividad y pragmatismo, las piedras que conforman la pared divisoria jamás podrán caer. Seguiremos teniendo bufones de la izquierda y la derecha (evito mencionar nombres y poner ejemplos) enfrentados en una guerra sin sentido, atados al pasado, con los ojos cerrados al presente e incapaces de construir el futuro. Solo renunciando a ser parte de ese circo, podremos estar cerca de la paz prolongada sobre la que hablaba Gorbachov ante la caída del muro de Berlín.

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