Raymond J. Wennier

No hablo de las Sagradas Escrituras cuyos mensajes liberan del mal nuestro espíritu. Tampoco del trabajo de Pablo Freire cuando habla de la palabra que genera más ideas que pueden enseñarnos a liberarnos de las cadenas del analfabetismo. A propósito, divagando momentáneamente, Alvin Toffler, autor del libro “Future shock”, dijo en otro escrito, que “Los analfabetos del siglo XXI no son los que no pueden leer y escribir, sino aquellos que no pueden aprender, desaprender y reaprender”.

Hablo de la palabra “corrupción”. Tal vez el tema más comentado en la sociedad actual. Seguramente hay otros, sin embargo, no puede uno ignorar, en el medio que sea, esa palabra.

No pretendo acusar a nadie ni a algún sector en particular, pero tengo una pregunta para reflexionar. ¿Quién corrompe a quién?

Sabemos que a nadie le gusta sacar de su sueldo una cantidad de dinero, si no sabe a dónde va y para qué va a ser utilizada. Esas deducciones de sueldo se llaman impuestos, algo que exige una persona o entidad, de otra, que aunque no le guste tiene que pagarlo porque esa es la ley. Nos volvemos adolescentes rebeldes; rechazamos lo que nos dice “Papá Gobierno”, que por ley nos quiten dinero.

La realidad es que si no hay ingresos, no hay obra. Corrupción significa que se paga el impuesto, que no se ve traducido en obra. El famoso dicho de un funcionario internacional: “No hay obra sin sobra”. Qué lástima, qué tristeza y qué corrupción.

La persona que “pide” y la que “da”, son corruptos por igual. Ya lo dice el poema “Redondillas”: “Quién mayor culpa tiene, el que peca por la paga o el que paga por pecar”. La burocracia con muchos trámites, papeles pasando de mano a mano, es caldo de cultivo para la corrupción.

Explico el significado del título. Las quejas de la “enorme” corrupción, real o exagerada, dan razones a personas y organizaciones para “liberarse” de la obligación de contribuir con los impuestos. Ah, la palabra liberadora. ¿Es o no es ese acto “liberador”, en sí, corrupto?

Las leyes están vigentes, el Gobierno necesita dinero, vemos ejemplos de esas necesidades (que no debemos ni podemos ignorar) a diario. ¿Por qué no hacemos una prueba un mes y esperamos resultados?

Propongo seleccionar por su reconocida honorabilidad, a un jefe de alta jerarquía de la SAT, un alto funcionario de la PNC, un alto representante del Minfin, otro de la CGN, uno del Micivi, un General del Ejército y los altos funcionarios de las autoridades portuarias, con los suficientes miembros de apoyo de cada sector, que establezcan “puestos de revisión” (7×24), del 100% de los productos que ingresan por los puestos aduaneros de aire, mar y tierra.

¿Cuál será el resultado? ¿Será que son tan buenos que vale la pena continuar? Hacerlo no significa erogar gastos, basta el salario de cada funcionario; si no es transparente, ellos serán responsables. ¿Cuáles serían los “peros”?

A lo mejor se bajan “impuestos” a la población y se pone más dinero en su bolsillo.

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