Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Hace algunas semanas se notó una intensa campaña para promover una devaluación del quetzal para favorecer a los exportadores, no obstante que muchos de ellos mantienen buena parte de sus ganancias en el extranjero. Los “técnicos” que empezaron a hablar de la necesidad de un tipo de cambio “competitivo” insistieron en varios artículos sobre el tema, ignorando deliberadamente la existencia de una tendencia del mercado a mantener bajo el valor del dólar como moneda que nos sirve de referencia en cuanto a las divisas internacionales.

Llama la atención que en medio de una convicción de que hay que dejar a las fuerzas del mercado actuar para establecer precios, cuando se trata del precio del dólar no quieren entender que la oferta y la demanda tienen un papel importante en el establecimiento del tipo de cambio. Ocurre que Guatemala recibe diariamente muchos dólares provenientes de las remesas que envían los compatriotas que han emigrado al extranjero en busca de la oportunidad que su patria les niega y ello hace que exista una mayor cantidad de divisas disponibles y, por consecuencia lógica, al haber oferta elevada, el precio tiene que ir a la baja.

Algunos niegan la importancia de las remesas familiares en este comportamiento de nuestra moneda y dicen que no es congruente el número de deportaciones con el aumento de los envíos, por lo que atribuyen el aumento de la oferta al trasiego de dólares del crimen organizado y especialmente del narcotráfico. Por supuesto que en Guatemala hay lavado de dinero y que ello ocurre constantemente no sólo del narcotráfico sino también producto de la corrupción y de la evasión fiscal que hace que tengan que limpiarse capitales mal habidos, pero el número de deportaciones es mucho menor al número de migrantes que se van cada año y además la economía norteamericana se ha empezado a recuperar, ofreciendo más empleo y mejores salarios, lo que permite a los chapines aumentar el monto de sus envíos a sus familiares aquí.

Se entiende que nos dé vergüenza admitir que nuestro mejor negocio en el comercio internacional es exportar a nuestros trabajadores para que con su enorme y constante esfuerzo y sacrificio mantengan el pujante ritmo del mercado interno que subsiste en buena medida porque tenemos las remesas.

Ciertamente las familias de los migrantes reciben menos quetzales por cada dólar que les envían si el tipo de cambio baja, pero resulta que en economía no hay fenómenos aislados y todo guarda relación. Mientras más dinero envían, mayor oferta de divisas en el sistema bancario y en el mercado informal, lo que provoca una reducción del tipo de cambio.

La idea de querer establecer un tipo de cambio fijado arbitrariamente con mentalidad de algunos economistas que creen saberlo todo es absurda y sería perjudicial a la larga para el mismo familiar del migrante, porque si bien recibiría más quetzales, es indiscutible que soportaría también un alza de precios generalizada, porque somos un país que tiene que importar mucha materia prima y bienes acabados, por lo que un tipo de cambio irrealmente devaluado afectaría a todo el consumidor local.

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