María José Cabrera Cifuentes
mjcabreracifuentes@gmail.com
Es ampliamente conocida, aquella frase que asevera que “Cada Pueblo tiene el gobierno que se merece”, pero esta es una afirmación injusta. Hace algunos días encontré en las redes sociales una idea distinta y con la que no tuve más remedio que estar de acuerdo, y está orientada a que más allá de merecer o no sus gobiernos, cada pueblo tiene el gobierno que dentro de él se “produce”.
Y es verdad, los gobiernos no son más que un reflejo de la sociedad que los ha gestado y parido (en algunos casos más abruptamente que en otros). No únicamente por la responsabilidad social que implica el acceso a cargos de elección popular (a través del voto) sino porque los mandatarios son producto de una sociedad que los moldea de acuerdo a sus propios valores y principios.
En una sociedad que beneficia la mediocridad sobre la excelencia, las expectativas sobre su gobierno, a partir de esta lógica, no pueden ser muy altas, al menos aquellas relacionadas con encaminar al país hacia el desarrollo o cuando menos en dirección contraria al abismo al que nos hemos dirigido desde el inicio de nuestra historia. Sin lugar a dudas en Guatemala se ha reproducido una cultura del menor esfuerzo en la que es más admirado quien se “sale con la suya” en una fechoría que el que trata de conducirse con rectitud y honestidad.
La sociedad no ES per se. De esta cuenta no se le puede echar la culpa a ese ente como si tuviera la capacidad de modificarse a sí mismo o de ser de tal o cual forma. Debemos recordar que la sociedad está formada por personas y le debe lo que es a los individuos que la forman, a usted y a mí.
¿Qué tan válido es entonces quejarse del gobierno si es lo que es debido a reproducciones sociales de las que también somos culpables? El paso esencial en la modificación de la calidad de nuestros gobernantes (en el largo o cuando menos en el mediano plazo) es cambiar de raíz la estructura de los valores sociales, y el poder para llevarlo a cabo no está más allá de sus manos y de las mías.
Estamos acostumbrados a valorar las situaciones de acuerdo a su magnitud y no a su esencia. Pensamos que para que un caso de corrupción sea tal, tienen que haber desfalcos millonarios pero no reconocemos como tal la compra de una licencia, la mordida que se pagó a un policía o simplemente pasarse de listo “colándose” en una fila. Entonces llamamos corruptos a los que tienen en sus manos el poder (y los recursos) para hacer el desfalco. No obstante, jamás nos paramos frente al espejo (tras cometer algunos de los actos que menciono y a los que se puede agregar muchos más) y le gritamos a nuestro reflejo llenos de vergüenza ¡corrupto!, inconscientes de que estamos siendo parte de aquello que tanto criticamos y aborrecemos.
La toma de consciencia acerca de nuestra participación en la reproducción de los valores (o antivalores) sociales en el gobierno es fundamental si nos sentimos auténticos guatemaltecos. La conducción del individuo y la educación en la familia son determinantes para marcar una diferencia consistente.
Sabiendo que el gobierno es producto de la sociedad quizá los veamos (pero más importante: Nos veamos) con ojos distintos. Si no hacemos algo por cambiar a la sociedad, estamos destinados a seguir teniendo representantes de los corruptos, de los mentirosos, de los “copy-pasteros”, de los que luchan por la transparencia pero copiaban en los exámenes universitarios, de los criminales, y solo algunos cuantos de los ciudadanos honestos y rectos que quieren genuinamente hacer algo por su país. En este sentido, creo que el principio de la representatividad alcanzó su mayor éxito.
“Cada Pueblo tiene el gobierno que produce”, esto es una verdad que no puede negarse. La responsabilidad ciudadana, una vez nos hemos hecho conscientes, es dejar de criticar tanto y ver al gobierno como reproducción de nuestra individualidad, y cambiar, en la medida en que veamos reflejadas nuestras propias actitudes de menor o mayor magnitud, las características nefastas que le ponemos como carga al presente y al futuro de nuestro país.