Eduardo Villatoro

Cae de su peso que casi no hay actividad humana en Guatemala que no requiera de dinero, y lo mismo ocurre en cualquier otro país con ínfulas de sistema democrático representativo, porque esa clase de organizaciones requieren de recursos económicos para financiar sus campañas electorales.

Pero también es indispensable advertir que en numerosas naciones se ejerce un efectivo control sobre el origen del dinero que se gasta o invierte, para evitar que por medio de esos colectivos políticos, el Gobierno quede atrapado en las garras de grupos irregulares, para identificar de alguna manera a los financistas que en su codiciosa ambición de obtener o acrecentar sus capitales, superan cualquier obstáculo de naturaleza legal, moral o legítima.
En Guatemala sobran los ejemplos de esas personas y corporaciones ilícitas o con fachada de proceder dentro del marco de la legalidad e institucionalidad, que han y siguen financiando a partidos o sujetos políticos, con las consecuencias de sobra conocidas y que se traducen en favoritismos en contratación de obras, enriquecimiento ilícito, sobornos y otras penumbrosas características que se traducen en corrupción y engaño a los ingenuos votantes, de suerte que a mayor financiamiento es más elevado el favor que se debe pagar. Dicho en pocas palabras, mientras más grande es el sapo más grande es la pedrada.

Traigo a colación estos párrafos, a propósito de las declaraciones que un político provinciano cuyo nombre olvidé y que aspira a ser diputado o, por lo menos a disputar una candidatura a laborioso legislador, al advertir con fervor nacionalista y supongo que con la sinceridad que no caracteriza precisamente a personas que se dedican a esa sacrificada e incomprendida labor patriótica ”No tengo suficiente capital, como mis compañeros (pretendientes a parlamentarios), y por eso yo solito voy a invertir unos Q200 mil; mientras que hay otros (precandidatos a congresistas) que van a invertir Q3OO millones” .

Si llegara a ganar quién sabe si seguirá siendo político pelado, sobre todo si encuentra un desprendido financista que le pague los gastos de su campaña, pero no por mera y estricta generosidad.

(En una concentración electoral, el líder local Romualdo Tishudo le comenta a un activista: -Mirá ese helicóptero allá arriba. Se le ha de haber acabado la gasolina porque se quedó dando vueltas).

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