Félix Loarca Guzmán

La cifras de la segunda vuelta de las elecciones celebradas el pasado domingo en Brasil, que confirmaron el triunfo de la actual presidenta Dilma Rousseff para un segundo período de cuatro años, constituye una victoria de los sectores pobres del país gigante de la América del Sur, frente a la colosal embestida de la corriente neoliberal que pretendía volver al poder.

Según los informes del tribunal de elecciones, la actual mandataria fue reelecta gracias al contundente apoyo de 52 millones de votantes contra 49 millones de su rival Aecio Neves, candidato de los grupos reaccionarios aglutinados en la derecha oligárquica.

Diferentes medios de comunicación del continente coincidieron en el hecho que la presidenta Dilma, candidata del Partido de los Trabajadores, logró capitalizar el respaldo de los habitantes de las regiones más pobres de Brasil, bajo el convencimiento que la política de su gobierno, es la más adecuada para fortalecer los programas de justicia social, sobresaliendo el combate a la desigualdad, la reducción del desempleo, la prioridad a los servicios de salud y educación, además de la protección a los recursos naturales.

Además, esos sectores ven con simpatía las diferentes iniciativas promovidas por la presidenta Dilma, para proseguir los esfuerzos orientados a consolidar la integración de los países de América Latina en un marco de plena independencia y de profundo respeto a su soberanía.

Luego de su triunfo en las urnas electorales, la Presidenta formuló un llamado a favor de la paz y del diálogo con los diferentes núcleos de la sociedad, para robustecer la democracia y el estado de Derecho.

La decisión de reelegir a la presidenta Rousseff, reviste gran importancia, pues el proceso se realizó en una atmósfera muy adversa, ya que los principales medios de información bajo el control de seis de las familias más poderosas de ese país, llevaron a cabo una campaña de permanentes y groseros ataques para estigmatizar su figura, inclinándose por el candidato rival, que enarbolaba la bandera de los movimientos retardatarios, pero con el ropaje de la social democracia.

Por otra parte, la elección en Brasil tiene una lectura especial, pues significa que los pueblos están despertando de un largo letargo de injusticia social.

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