Juan José Narciso Chúa

Vivimos una coyuntura particularmente interesante si se quiere visualizar en perspectiva y ese ejercicio prospectivo apunta más en hacia una dirección de desequilibrio, que podría significar un punto de quiebre durante el período democrático, pero esa fractura podría ser positiva para el país, siempre y cuando justamente se pueda comprender la dimensión de sus tiempos y el ritmo de sus movimientos. Y cuando se habla de ello, demanda de seriedad en su análisis precisamente porque de su génesis puede derivarse un cambio de ritmo, de cadencia, de desplazamientos que pueden significar una configuración del espectro político y de la práctica política en su conjunto.

Sumado a ello, también implicaría un reordenamiento de la justicia y sus instituciones, para reconducirlas a formas más éticas, más profesionales y más dignas que como hasta ahora han avanzado. Pareciera que la gestación de este cambio lo provocaron sin querer los propios políticos, cuando a través de diferentes operadores siniestros, consiguieron confabular a postulantes y postuladores para estructurar una Corte Suprema de Justicia y un conjunto de jueces, adecuados a intereses; unos políticos -del gobierno y la oposición-; otros económicos -vinculados a las élites-; y los demás entre grises y oscuros -que responden al crimen organizado. Al final, un festín que conjugo intereses disímiles, pero un objetivo común: en este país no se debe cambiar nada.

Pero ese fiambre anticipado, no esperaba que un golpe de dignidad, provocado por la magistrada Escobar consiguiera complicar a todo el sistema conservador y causar fisuras entre sus propios pares, como en las élites, pues algunos mostraron su rechazo ante el silencioso, cómplice e indigno pacto. Incluso hubo quiebres entre los postulantes y el Ejecutivo -ello explica la marginación del Secretario General de la Presidencia- y también los postuladores -el grupo de decanos, contra otros grupos. Los propios juzgadores salieron a defender gremialmente la postura de la magistrada Escobar, un acto que se no se había observado durante el período democrático y la presión de la sociedad civil no dejó de denunciar lo anómalo y grotesco del resultado final.

Ahora es el tiempo de la Corte de Constitucionalidad. ¿Será que sus magistrados más conservadores y férreos defensores de no cambiar nada -Maldonado, Pérez y Molina-, podrán leer el tiempo actual e interpretarlo?, ¿podrán comprender los tiempos que nos acompañan?, estos momentos demandan serenidad e independencia de criterio para percibir que esta sociedad requiere de cambios de ritmo que permitan oxigenar el sistema. ¿Podrán emprender un movimiento de dignificación de las instituciones para ponerlas a servicio de la sociedad y su futuro y salir del anquilosamiento sin sentido y la peligrosidad de la coyuntura, pero que esa dosis de peligro también significa un quiebre fundamental para la pervivencia de la democracia, la justicia y la paz social?

¿Podrán?, ¿querrán?, ¿entenderán? Ojalá. Es un tiempo de posibilidades positivas si se emprende un cambio dentro de los cánones del juego democrático. Podríamos encontrarnos en un momento que podríamos ser testigos incluso de desaforos legítimos que vendrían a castigar la soberbia y la corrupción de forma ejemplar. Podría ser el tiempo de reformas profundas que ameritan de personas serias y del concurso de todos para un país y una sociedad que demanda cambios de rumbo. ¿Se podrán entender los actuales tiempos y acompasar los ritmos que esta coyuntura nos presenta?, ojalá así sea, de otra forma, se agudizarán las contradicciones y se profundizarán las diferencias y habremos perdido una oportunidad valiosa, casi vital.

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