Eduardo Villatoro

La semana anterior, el director ejecutivo de esa pequeña, pero eficaz y eficiente organización no gubernamental, el mediático Mario Polanco, dio a conocer un estudio basado en el monitoreo de diarios impresos que revela que de 2008 al presente año los linchamientos que han ocurrido han causado 1,225 víctimas, que incluye 236 personas fallecidas, como resultado de la violenta e irracional conducta de enardecidos guatemaltecos de diferentes poblaciones urbanas y rurales e independientemente de inclinaciones ideológicas, tendencias religiosas y clases sociales o de formación académica, cuyo factor determinante y coincidente entre sí es su inconformidad con los pusilánimes encargados de brindar protección y ante la conducta de los que se resisten a imponer sanciones ejemplares a quienes irrespetan insolentemente normas de convivencia pacífica.

Generalmente las víctimas de los linchamientos son presuntos delincuentes que son sorprendidos por los propios vecinos en el momento preciso en que cometen sus fechorías o minutos más tarde del delito que se les imputa; pero sin que sean objeto de un procedimiento que garantice su derecho a la defensa, por muy criminales que se les califique.

En contraposición, políticos, funcionarios públicos e individuos que disponen de influencias y recursos permanecen sin ser juzgados y menos condenados por hechos delictuosos que no se presumen, sino que son del conocimiento de la colectividad.

Podría traer a colación numerosos casos en los que no se les condena, pese a las evidencias encontradas en su contra, como sucede con los accionistas mayoritarios del Banco del Café, por ejemplo; el ex Superintendente de Bancos Willy Zapata; el repudiable Pedro García Arredondo, temible ex jefe policial, y para no ir tan lejos, el ex jefe de la Fonapaz Armando Paniagua, el alcalde Arnoldo Medrano, cacique de Chinautla, y tantos otros más que se burlan de sus víctimas, del Ministerio Público o de sus acusadores, porque siempre tienen a la mano astutos abogados y recursos judiciales que los protegen.

(El detective Romualdo Tishudo aún anda tras la pista del convicto psicópata ladrón de palomas de la Catedral).

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